jueves, 16 de mayo de 2013

Apresurada ocurrencia sobre la elegante mandataria que volaba gracias a la virtud de los polvos mágicos



La mandataria mejor vestida de América inició su visita extraoficial al país del sur, bajando apresuradamente del avión comentando con su mejor amiga, la rubia fea que siempre la hacía ver a ella como la más linda, sobre las joyas que luciría en el fastuoso evento al que fueron invitadas. Más atrás se quedaron los viejos, el judío y el español, acabándose las últimas gotas del etiqueta azul que encontraron en el bar del avión. Uno experto en bancos y el otro en carreteras, discutían sobre la mejor forma de burlar las altas comisiones que abotagado alcalde les había impuesto a sus ganancias a partir del próximo año. Terminaron riéndose los dos cuando alguno mencionó como progresaba la soberanía nacional cuando otra vez las ganancias quedarían en las manos de un polo de Palmares.

Después bajaron, tambaleándose un poco más el español que el judío, y se fueron en la segunda limusina  que vino a la pista por ellos. Acababa de salir una primera limusina que se fue con la presidente, su amiga y la anfitriona del agasajo que venía a recibirlas. Diez minutos después llegó un tercer vehículo, esta vez una camioneta color negro, cerrada y con vidrios polarizados, que aparcó peligrosamente cerca del jet. Su conductor bajó y abrió las portezuelas de atrás mientras al mismo tiempo, el piloto y el copiloto bajaban ocho maletas grandes del avión y las subían apresurados a la camioneta con ayuda del chofer. Cuando las subieron todas, y  sin cruzar palabras con los aeronautas, el chofer cerró las puertas y subió enseguida. Al llegar al portón del aeropuerto, acababa de salir la limusina que llevaba a los viejos que empezaban a disfrutar de otra botella, esta vez de etiqueta verde, que encontraron gracias a su curiosidad y buena suerte, en el mini bar de la limusina. Cuando se acercó a la salida para la revisión obligatoria de aduanas, el chofer de la camioneta le indicó al oficial  que traía el equipaje diplomático de la señora mandataria y sus acompañantes, después de un cruce de miradas que duró un segundo, el oficial dijo en voz alta para que su compañero le escuchara, que podía pasar con el equipaje diplomático de la señora presidente que nos visita de forma extraoficial. 

Luego abrieron el portón y la camioneta salió tomando la dirección que seguían las dos limusinas. Un kilómetro después se desvió a la derecha y se internó por las rutas secundarias.

domingo, 12 de mayo de 2013

EL OSO HORMIGUERO




Con seis cervezas y una cuarta de guaro entre pecho y espalda, Artavia se sentía aún bastante lúcido cuando salió de la cantina. Creía que el trago le apaciguaría, pero su ira había aumentado cuando escuchó que los murmullos y escondidas risitas a sus espaldas se volvían cada vez más descaradas a cada trago que tomaba. Evitando problemas decidió retirarse del lugar. La cólera de creerse marido engañado, le consumía y el recuerdo del mensajito que un anónimo le dejó en el trabajo le pudría más el intestino.

Por la mañana, en la construcción donde trabajaba le mandaron a desarmar la formaleta de una de las grandes columnas  que habían colado el día anterior. No más llegando frente al encofrado, pudo ver un letrero escrito en la tabla con lápiz de carpintería y que con grandes letras mayúsculas desalineadas y chatas decía : ¨CHIVO¨, junto a las letras estaba un dibujo de algo parecido a una pareja en pleno coito y un personaje frente a ellos con sendos cuernos en su cabeza. Supuso que ya todos sabían que había echado a su mujer al creer que le engañaba. No pudiendo aguantar más el peso de las miradas sobre su espalda, tiró sus herramientas y se largó. Regresó a su casa y recogió el machete que había afilado el día anterior para ir a limpiar las malezas del terrenito que le había dejado su tata y que tenía tan abandonado. 

Pasó la tarde chapeando el montazal mientras pensaba que la mejor prueba de la infidelidad de su mujer era el hecho de que ella se hubiese ido sin oponer resistencia ni rogarle, llevándose a su hija de cuatro años. Sabía que estaba en casa de su suegra y suponía que era para que la abuela cuidara la chiquita mientras se revolcaba con el otro. No había duda. La ira se instaló en su estómago y le quemaba, lo mejor era aplacar ese fuego en la cantina, si es que el alcohol lograba ese efecto.

Al salir de la cantina quería sosegarse, pero su ira necesitaba un escape. Caminó sin rumbo por la vereda que bordea la montaña donde de pequeño pasaba madrugadas de cacería con su padre y hermanos. Recordaba la buena vida que era esa, que bien sabía el venado, el tepezcuintle, y hasta lo divertido que era tirar a los congos con la escopeta vieja de su tata, viéndolos agonizar cuando caían derrotados en el suelo. También recordaba lo peligrosas que eran las culebras por ahí, por esto siempre había que andar a mano un machete bien afilado, para hacer picadillo a cuanta culebra se apareciera. Por que las culebras son malas por naturaleza, como las mujeres, como su mujer, como su hija. No, su hija no era mala, pero lo será, porque es mujer; igual a una  serpiente. De pronto algo se movió en el matorral y sobresaltado empuñó el machete. Del matorral salió un oso hormiguero que casi choca con él. ¡Qué alivio que no era una culebra!, una culebra como una mujer, como su mujer. De nuevo la ira. La cólera le hizo levantar el machete, y descargarlo sobre la pobre criatura. La indefensa criatura. La inocente criatura. A cada golpe sentía como la sangre del animal le salpicaba caliente la cara y los brazos. Se sentía diferente a la sangre de culebra.

El animal quedó moribundo a la vera del camino en medio de un charco de sangre. Artavia siguió caminando, como en trance pensando que la sangre de culebra era fría pero la que le salpicaba el rostro era tibia. Ya no sentía más cólera, después de la descarga de machetazos sobre el oso hormiguero no llegó el alivio esperado al destrozar al animal, lo que llegó fue el miedo. Miedo a la sangre, miedo a estar solo, miedo a las culebras y miedo a él mismo. Miedo a todo, y de pronto pensó que siempre había tenido miedo a todo y que solo junto a su mujer y a su hija, cuando estaba de buenas con ella, cuando eran novios, cuando nació la chiquita, nunca había sentido miedo. Decidió perdonar a su mujer e ir por ella a casa de su suegra. Iba a consagrarse a esas dos mujeres, ya no les tenía miedo. Ya no temía a las culebras.

Corrió a casa de su suegra quien vivía con su cuñado, en una finquita que colindaba con la parte más agreste de la montaña. Ahí donde su mujer y su hija se refugiaron de su temperamento violento, ahí mismo les pediría perdón. Sabía que ellas estarían en el cuarto de atrás donde cuando era soltera dormía su mujer, y sabía que podía entrar levantando con el machete el póstigo de la puerta trasera.


Cuando entró notó en la oscuridad los cuerpos de ambas en una cama. Se acercó y le habló bajito a su mujer. No respondió. Ni siquiera se movió. Le habló un poco más alto, y le sopló la oreja, o la cara, no podía distinguirla bien. Le susurró más fuerte y nada. Extendió la mano y la tocó. Sintió frío. Estaba helada. No sabía que parte del cuerpo había tocado, pero se estremeció porque sintió igual que como se siente tocar la piel de una serpiente. Dio un salto hacia atrás y derribando una silla encontró el interruptor de la luz. Prendió la luz, y vio dos cuerpos sobre la cama, dos cuerpos en pedazos, y sangre por doquier. La cama estaba roja, el piso, la silla, su ropa, su cara. Sintió la asfixia del terror y no pudo gritar, sin respiración sintió como si estuviera atrapado entre una enorme prensa que le aplastaba. Luego sintió frío, el frío de la serpiente se pasó a su cuerpo.

Escuchó voces en otra parte de la casa y reaccionó volviendo la cabeza para encontrarse con su suegra y su cuñado en el quicio de la puerta La parálisis se desvaneció cuando vio que su cuñado tenía una pistola y aprovechando, que este miraba aterrorizado los cuerpos, se lanzó por la ventana y huyó hacia la montaña, mientras escuchaba alaridos y disparos que le pasan silbando a pulgadas de su cabeza.

Mientras avanza llorando por la espesa selva, buscaba los trillos para escapar sin quitarse la imagen de los dos cuerpos inocentes destrozados. A pesar de conocer muy bien esa montaña, estaba totalmente desorientado y donde creía que pasaba una quebrada, encuentró un ceibo enorme, y donde sabía que había un trillo, lo encontró a él un precipicio. Y cayó. 

Despertó. Estaba vivo pero no podía moverse, quedó junto a una pequeña quebrada. Estaba como sentado contra una piedra lanosa y  al intentar mover sus piernas escuchó un crujido y el dolor fue total. No podía incorporarse, sus piernas quebradas no respondían, pero podía aferrarse a algo con sus manos. Sus manos y sus brazos parecían estar bien. Podía sujetarse a una rama y arrastrarse. Sus manos serían su salvación. Sus manos, las que empuñaron el machete, las que destrozaron al animal  indefenso, inofensivo e inocente. Indefenso, inofensivo e inocente como su mujer y su hija. Sus manos las que habían destrozado a tanto ser inocente. ¿Le salvarían sus manos? ¿Las que le habían condenado? Reaccionó cuando escuchó un ruido de algo pesado moviéndose entre la maleza. Un ruido y un olor a almizcle.

Le encontraron tres días después. Los baquianos que ayudaron a la policía muy extrañados señalaron que ya habían pasado por el lugar donde estaba sin haberlo notado, y que los perros de cacería que tenían eran los mejores y nunca fallaban. O casi nunca. Cuando le encontraron nadie se apresuró a sacarle de ahí, todos sabían lo que había hecho . Hasta su cuñado que en su afán de ser él, quien le encontrara primero, ojalá vivo,  quedó espantado al ver los despojos. No había piernas por ninguna parte. Un tronco hinchado a reventar exponía dos fémures cubiertos de moscas. Hilachas de piel colgaban donde alguna vez hubo brazos y los muñones daban la impresión de que estos habían sido arrancados por animales muy pequeños. El cráneo, con unos pocos cabellos aún pegados y  con la cara roída sin ojos, exponiendo una macabra sonrisa de dientes amarillos, no podía indicar que existiera vida ahí. Todos creyeron que se encontraron a un cadáver. Todos pensaron que el final le había llegado,  todo indicaba que Artavia ya no estaba allí, excepto por los estertores de la última respiración que emitió al sentirse rodeado, al fin, por seres humanos.


NOTA: Esta ficción macabra me fue inspirada por la inmensa cólera e infinita rabia que me provocó esta realidad no menos macabra: http://www.nacion.com/2013-05-06/AldeaGlobal/Zoo-Ave-rescata-otro-oso-hormiguero-grave-por-machetazos.aspx?utm_source=RSS_Feed&utm_medium=RSS&utm_campaign=RSS_Syndication