jueves, 24 de julio de 2025

ADIÓS A UN SÍMBOLO

 

            Era inminente, me refiero a su muerte, no tan inmediata como sucedió, pero ya todo el mundo sabía que tenía años desmoronándose. El mundo entero vio su despedida, un concierto que está pasando a la historia como demostración de que el rock está más vivo que nunca y que nuevas generaciones de músicos lo tomarán como referencia en el futuro para traer música que de verdad valga la pena. En su despedida le vimos interpretar a duras penas con todos sus amigos y admiradores por partes iguales y cerrar con la banda con la que hace más de medio siglo fundaron el heavy metal. Pero todos los que le vimos, le agradecimos y consideramos que pasaba hacia un íntimo y merecido retiro. Como muchos, no esperé que fuera de verdad una despedida definitiva, y una bienvenida a la historia.

 


             En los años ochenta le conocí a través del programa de canal 13  ¨Por los caminos del rock¨, un programa de televisión especializado en transmitir solo heavy metal. Esa ventana al metal en una época en que la música que sonaba más en las radios no pasaba de Michael Jackson o el Pipiribao, era la posibilidad de atisbar a un sonido más acorde con la rebeldía y la inconformidad necesaria para ver cómo era el mundo tras bastidores. Entre muchos otros descubrí a Ozzy. Ese tipo desquiciado con una pinta de maniático peligroso, pero divertido a la vez y con esa música que hacía hervir la sangre dentro de las arterias. Con el tiempo se le siguió apreciando mucho, porque no era una estrella al uso, a pesar de sus excesos con el alcohol y las drogas, y siempre aparecía como un buen tipo, amable y muy divertido. 

 

            Cuando tuve la oportunidad de empezar a tocar la guitarra y junto a mi amigo Dinier fundamos Mamut, las primeras piezas que montamos eran las de la primera etapa de Black Sabbath. Así en su primera etapa, nuestra incipiente banda en los tiempos en que el milenio cambiaba, sonaba con Paranoid, N.I.B, o Electric Funeral; y después cuando ya estábamos más consolidados podíamos tocar de manera aceptable Iron Man y casi todos nuestros chivos terminaban con Paranoid. Cuando hice mi abandonado podcast 70 y Rock, leí e investigué mucho sobre  Black Sabbath y sus integrantes y descubrí muchas cosas sobre los humildísimos orígenes proletarios de los cuatro de Birmingham, y sobre todo de Ozzy. Era un muchacho con problemas de dislexia, por lo que en esa época era tomado como poco más que un tonto y que tenía una muy peculiar forma de conducirse. Gracias a eso Tommy Iomi y Geezer Butler le consideraron lo suficientemente llamativo para ser el cantante de la banda. En alguna entrevista Ozzy mencionaba que si no hubiese sido por la música, habría terminado muerto o en la cárcel y que el rock le funcionó para canalizar su energía vital. Aunque se dejó llevar por los excesos, encontró una mujer que lo pudo controlar y que bien que mal ha sido la creadora del mito en el que se convirtió. Sharon, era la hija de Don Arden, el anterior mánager de los Sabbath y que manejaba sus bandas al estilo de un padrino mafioso. Ella se rebeló contra su padre al enamorarse de Ozzy y usando sus mañas evitó que el cantante desapareciera en el desfiladero de sus vicios. Supo seleccionar a músicos muy talentosos que brindaran un estupendo sonido, acorde al heavy metal ochentero para que funcionara como marco de la voz de su marido para complementar sus limitaciones vocales. Así, puede que no fuera muy atractivo escuchar a Ozzy cantando, pero era un placer completo como sus canciones estaban aderezadas por guitarristas como Randy Rhoades y luego Zakk Wilde. 

 


             Tuve la dicha de escucharlo en persona dos veces. Primero cuando en 2014, vino a Costa Rica  Black Sabbath en su gira de reunión, aunque sin Bill Ward y luego cerrando el festival Hell and Heaven en México en 2018, presentándose en solitario. Me queda muy presente el inicio del concierto de Black Sabbath en el estadio nacional, cuando sonaban las sirenas de bombardeo de War Pigs y justo antes de caer un inmenso telón que ocultaba el escenario se escuchaba la característica risa de Ozzy. Se me pusieron los pelos de punta. En el concierto en México, la presencia de Ozzy era menos contundente, se le veía moverse menos, aunque su voz era igual de potente y abrasadora, pero si que se le notaba que le tomaba más esfuerzo el desplazarse por el escenario. En esta ocasión lo que salvaba el show era ver a Zakk Wilde interpretando, siendo uno de los guitarristas más espectaculares que he logrado ver en vivo. Ese concierto, duró muy poco. No se anunció, pero fue evidente que Ozzy no pudo terminarlo. No regresaron al escenario después de la última pieza, lo cual nunca había visto en un concierto y se tomaría como una descortesía hacia el público, pero creo que todos los que estábamos sobrios en ese espectáculo, comprendimos la situación y a mí personalmente se me hizo un nudo en la garganta al ser testigo de la decadencia de un símbolo de lo que muchos amamos. 

 


            Y con esto quiero terminar. En mi caso y creo que en el de la mayoría de los metaleros la muerte de Ozzy es equivalente a la desaparición física de un profeta. De un mito, más que de un humano lleno de problemas y contradicciones como cualquier otro. Es el pase a la eternidad de una leyenda. De alguien cuya imagen y creatividad contribuyó a formar lo que ahora somos y lo que ahora queremos y que forma parte de nuestras vidas. Su muerte ha sido conmovedora, porque nos hizo testigos de la historia.

De esa historia que se diluye en los océanos de información en los que nos intenta ahogar el sistema capitalista de dominación mental, de la historia más importante de la que debemos conocer y apreciar para seguir construyéndonos como comunidad.

De nuestra historia. 


 * Todas las fotos de esta nota las tomé yo mismo en el concierto en México en 2018.

lunes, 7 de julio de 2025

7 de julio de 1975

 

 

            Un par de semanas han transcurrido, desde que tuve el más impactante choque de proporción temporal que a continuación te voy a narrar. Hacía un par de compras en el MaxiPalí de Paraíso y logré conseguir una caja en la que solo había una persona que terminaba de vaciar su carrito, no muy lleno, frente al cajero. Vi esto como una de las pocas pequeñas victorias patéticas con las que tenemos que conformarnos los que seguimos atrapados en el sistema capitalista de esta nación que pretende creer que desarrollo es usar las cajas automáticas del supermercado. Al menos, pensé, sería atendido por un ser humano que representa la clase trabajadora y que obtiene un salario a partir de su labor, aunque sea considerado un ¨costo¨ más, que un elemento vital por parte del monstruo al que iba a dejar parte de mis inexistentes ingresos. El cajero en cuestión era un muchacho que no creo que llegara a los veinticinco años y vestía de manera desafiante, bajo el chaleco verde con el color del supermercado, una camiseta con la efigie de Kurt Cobain bajo el logo clásico de Nirvana. Pagué y le agradecí felicitándole por su estupenda camiseta, el chico orgulloso y sonriente me saludó con un ¨Pura vida¨ y siguió con el carrito de la siguiente víctima.

 

            Yo me alejé pensando en lo bueno de que a gente de la nueva generación le gustara la música de Nirvana. Soy consciente de que en estos tiempos existen bandas y músicos muy buenos, pero seamos sinceros: no es lo que se escucha en las radios ni lo que suena bastante alrededor. Cuando Nirvana sonaba, sonaba de verdad, fue una presencia musical popular y que a muchos les abrió los ojos para pensar que el rock no había muerto y acceder como sucede mucho, a otras vertientes musicales más valiosas que lo que los medios brindaban. No era mi caso, puesto que yo era bastante metalero cuando descubrí Nirvana y el grunge, pero fue un género que viví en mi adolescencia con plena identificación y pertenencia. De pronto caí en cuenta que el año pasado se cumplieron treinta años de que Kurt Cobain se voló la tapa de los sesos. ¨El chamaco de la camiseta ni siquiera había nacido¨ pensé, para él, usar esa camiseta era el equivalente a que yo a su edad, usara una camiseta de The Beatles o The Who. Porque yo, cuando tenía veinte años, y se estrenaba la más reciente figura del club de los veintisiete, habían transcurrido treinta años desde que esas dos bandas apenas habían grabado sus primeras producciones. El rock era una ola que empezaba a inundar el mundo, y el heavy metal ni siquiera existía.

 

            Esto es a lo que antes me refería cuando te decía que era el IMPACTANTE CHOQUE DE REALIDAD TEMPORAL. Y ojo a lo grave de esto: ¨La misma cantidad de tiempo que hay entre hoy y el punto cumbre del movimiento grunge de los noventa, es la que existe entre cuando yo tenía veinte años y el tiempo en que las bandas británicas como los Rolling Stones, The Who y los Beatles invadían el mercado gringo en la llamada invasión británica.¨ Estas proporcionalidades temporales son las que a veces me hacen consciente de mi antigüedad. Por lo menos me remito a estas elucubraciones históricas más que a mi rodilla derecha o a la escasez capilar.

 

Cuando Nirvana se fue al carajo por el montón de complejos, adicciones y enfermedades mentales de su cantante, combinados con una escopeta calibre 12, el rock moderno cumplía tal vez unos años treinta años y las emisoras de música vieja sonaban con discos de producciones anteriores a 1985. Los que nacieron ese año, este año cumplen cuarenta y cuando nacieron, se cumplían cuarenta años del término de la Segunda Guerra Mundial. Otra proporción un tanto aterradora para los que este año se convierten en cuarentones o en señoras de las cuatro décadas. Pero para ese año, yo ya cumplía diez porque nací treinta años después de que el glorioso Ejército Rojo aplastara a los malditos nazis y evitaba que estuviéramos más explotados de lo que ya estamos. Por tanto, este 2025 llego a la significativa, atemorizante y extraña edad de cincuenta años.

 

Si has leído hasta aquí, muy probablemente seas bastante contemporáneo a mí y espero que te estés divirtiendo con estas reflexiones. Puede que también alguien que considere a Nirvana como música vieja, haya llegado a estas más de setecientas palabras y se esté divirtiendo con la forma en que los viejos pensamos. Por eso quiero agradecer tu constancia y tu selecto gusto en las lecturas, en estos tiempos en que la mayor parte de la gente no lee nada que tenga más de dos líneas, ni mira más de veinte segundos de un video, a pesar de que pasan el noventa por ciento del tiempo pegados a la pantallita en su mano. Estaba por escribir que lo más raro de todo es que no me percibo como un viejo, aunque ahora que lo pienso lo que escribí en la anterior oración, es una queja velada de un viejo. Entonces, lo acepto, soy un viejo de cincuenta años a partir de hoy. No cambiaré mi actitud, puesto que soy consciente de que tengo muchas actitudes de viejo y ya no tengo porqué cambiarlas.

 

Siempre me ha gustado la historia, y ahora que lo veo ya puedo considerar que soy testigo de ella. Pienso que ese es un regalo que obtenemos como recompensa a haber sobrevivido un año más. Si ponemos atención hemos sido testigos de muchas cosas que han cambiado el mundo, si somos conscientes podemos apreciar las variaciones del clima, si comparamos las condiciones podemos ser de verdad críticos con lo que nos está sucediendo ahora y determinar cómo cambiar las cosas. La memoria y la inteligencia aplicadas pueden ser nuestra mayor fortaleza cuando las décadas van pasando sobre nosotros y las luces de emergencia de nuestra nave vital empiezan a encenderse con frecuencia cada vez más alarmante.

 

Cuando yo nací mi tata tenía veinticinco años, cuando él nació ya había pasado un año desde la Revolución del 48. Cuando él llegó a la edad que yo ahora alcanzo, yo tenía esos mismos veinticinco y el siglo y el milenio cambiaban. Él era Técnico en transmisión del ICE y orgulloso me contaba como trabajaba en los enlaces para que la nueva tecnología de telefonía celular pudiera cubrir la mayor parte del Valle Central y las cabeceras de cantón, yo estaba a cargo de construcciones como ingeniero de obra recién salido del Tec y empezaba a ser parte de la fuerza laboral de un nuevo siglo que vendría como planadora capitalista sobre la nueva generación. Hace casi un año que él ya no está, y yo estoy aquí a las cuatro de la mañana escribiendo sobre lo inútil que puede ser convertirse en testigo de la historia, sin documentarla o sin pensar de forma crítica sobre ella. Pero me doy cuenta que la historia más importante es la que he vivido comentándola con él y con la gente que me rodea, además de la que viví a través de su memoria, de las cosas de antes de que yo naciera y que él me contó. Tengo muy presente anécdotas de su abuela Adela como si yo la hubiera conocido a pesar de que murió años antes de que yo naciera. Así es como a estas alturas del cerro que todos escalamos y que nos llevará solo a un lugar, me doy cuenta de que ser testigo de la historia es comunicarse con nuestra gente, colaborar, darnos cuenta de que somos parte de un todo. Hilos del mismo tejido como decían nuestros antepasados originarios de estas tierras que comprendían mucho mejor las cosas porque el tiempo no les preocupaba tanto.