Era inminente, me refiero a su muerte, no tan inmediata como sucedió, pero ya todo el mundo sabía que tenía años desmoronándose. El mundo entero vio su despedida, un concierto que está pasando a la historia como demostración de que el rock está más vivo que nunca y que nuevas generaciones de músicos lo tomarán como referencia en el futuro para traer música que de verdad valga la pena. En su despedida le vimos interpretar a duras penas con todos sus amigos y admiradores por partes iguales y cerrar con la banda con la que hace más de medio siglo fundaron el heavy metal. Pero todos los que le vimos, le agradecimos y consideramos que pasaba hacia un íntimo y merecido retiro. Como muchos, no esperé que fuera de verdad una despedida definitiva, y una bienvenida a la historia.
En los años ochenta le conocí a través del programa de canal 13 ¨Por los caminos del rock¨, un programa de televisión especializado en transmitir solo heavy metal. Esa ventana al metal en una época en que la música que sonaba más en las radios no pasaba de Michael Jackson o el Pipiribao, era la posibilidad de atisbar a un sonido más acorde con la rebeldía y la inconformidad necesaria para ver cómo era el mundo tras bastidores. Entre muchos otros descubrí a Ozzy. Ese tipo desquiciado con una pinta de maniático peligroso, pero divertido a la vez y con esa música que hacía hervir la sangre dentro de las arterias. Con el tiempo se le siguió apreciando mucho, porque no era una estrella al uso, a pesar de sus excesos con el alcohol y las drogas, y siempre aparecía como un buen tipo, amable y muy divertido.
Cuando tuve la oportunidad de empezar a tocar la guitarra y junto a mi amigo Dinier fundamos Mamut, las primeras piezas que montamos eran las de la primera etapa de Black Sabbath. Así en su primera etapa, nuestra incipiente banda en los tiempos en que el milenio cambiaba, sonaba con Paranoid, N.I.B, o Electric Funeral; y después cuando ya estábamos más consolidados podíamos tocar de manera aceptable Iron Man y casi todos nuestros chivos terminaban con Paranoid. Cuando hice mi abandonado podcast 70 y Rock, leí e investigué mucho sobre Black Sabbath y sus integrantes y descubrí muchas cosas sobre los humildísimos orígenes proletarios de los cuatro de Birmingham, y sobre todo de Ozzy. Era un muchacho con problemas de dislexia, por lo que en esa época era tomado como poco más que un tonto y que tenía una muy peculiar forma de conducirse. Gracias a eso Tommy Iomi y Geezer Butler le consideraron lo suficientemente llamativo para ser el cantante de la banda. En alguna entrevista Ozzy mencionaba que si no hubiese sido por la música, habría terminado muerto o en la cárcel y que el rock le funcionó para canalizar su energía vital. Aunque se dejó llevar por los excesos, encontró una mujer que lo pudo controlar y que bien que mal ha sido la creadora del mito en el que se convirtió. Sharon, era la hija de Don Arden, el anterior mánager de los Sabbath y que manejaba sus bandas al estilo de un padrino mafioso. Ella se rebeló contra su padre al enamorarse de Ozzy y usando sus mañas evitó que el cantante desapareciera en el desfiladero de sus vicios. Supo seleccionar a músicos muy talentosos que brindaran un estupendo sonido, acorde al heavy metal ochentero para que funcionara como marco de la voz de su marido para complementar sus limitaciones vocales. Así, puede que no fuera muy atractivo escuchar a Ozzy cantando, pero era un placer completo como sus canciones estaban aderezadas por guitarristas como Randy Rhoades y luego Zakk Wilde.
Tuve la dicha de escucharlo en persona dos veces. Primero cuando en 2014, vino a Costa Rica Black Sabbath en su gira de reunión, aunque sin Bill Ward y luego cerrando el festival Hell and Heaven en México en 2018, presentándose en solitario. Me queda muy presente el inicio del concierto de Black Sabbath en el estadio nacional, cuando sonaban las sirenas de bombardeo de War Pigs y justo antes de caer un inmenso telón que ocultaba el escenario se escuchaba la característica risa de Ozzy. Se me pusieron los pelos de punta. En el concierto en México, la presencia de Ozzy era menos contundente, se le veía moverse menos, aunque su voz era igual de potente y abrasadora, pero si que se le notaba que le tomaba más esfuerzo el desplazarse por el escenario. En esta ocasión lo que salvaba el show era ver a Zakk Wilde interpretando, siendo uno de los guitarristas más espectaculares que he logrado ver en vivo. Ese concierto, duró muy poco. No se anunció, pero fue evidente que Ozzy no pudo terminarlo. No regresaron al escenario después de la última pieza, lo cual nunca había visto en un concierto y se tomaría como una descortesía hacia el público, pero creo que todos los que estábamos sobrios en ese espectáculo, comprendimos la situación y a mí personalmente se me hizo un nudo en la garganta al ser testigo de la decadencia de un símbolo de lo que muchos amamos.
Y con esto quiero terminar. En mi caso y creo que en el de la mayoría de los metaleros la muerte de Ozzy es equivalente a la desaparición física de un profeta. De un mito, más que de un humano lleno de problemas y contradicciones como cualquier otro. Es el pase a la eternidad de una leyenda. De alguien cuya imagen y creatividad contribuyó a formar lo que ahora somos y lo que ahora queremos y que forma parte de nuestras vidas. Su muerte ha sido conmovedora, porque nos hizo testigos de la historia.
De esa historia que se diluye en los océanos de información en los que nos intenta ahogar el sistema capitalista de dominación mental, de la historia más importante de la que debemos conocer y apreciar para seguir construyéndonos como comunidad.
De nuestra historia.
* Todas las fotos de esta nota las tomé yo mismo en el concierto en México en 2018.