lunes, 8 de julio de 2024

A MIS TREINTA Y DIECINUEVE


 

 

Decía Cortázar que con el tiempo uno ¨siente menos y recuerda más¨, claro, el maestro se refería al plano emocional y romántico de las cosas. Porque hoy que llego al último peldaño antes del quinto piso, estoy convencido que en el plano material y físico de nuestra humanidad uno siente más dolor en la espalda y en las rodillas y recuerda menos dónde dejé las llaves o qué era lo que buscaba en el celular cuando lo tomé unos segundos antes. Lo de la rodilla se volvió un poco más que crítico cuando noté que además de la punzada intensa para subir las gradas venía acompañada de un rítmico sonido a cáscaras de huevos quebrados. Si hubiera aprendido a bailar alguna vez, podría enriquecer la salsa o el merengue con el sonido de maracas de mis rodillas. 

 

Tomando consciencia de que no quiero dejar de hacer caminatas en las montañosas tierras de mi pueblo, decidí visitar a una fisioterapeuta quien amablemente me dijo que la inevitable acumulación de calendarios hace en unos más que en otros que las rodillas se comporten como si estuvieran poseídas por el alma de un gato diabólico y además de joder sonaran de forma escalofriante. Le expliqué que de joven mis rótulas, a diferencia de mi personalidad eran bien extrovertidas y  tenían la mala costumbre de desmontarse y salir de su lugar para buscar nuevos horizontes a la derecha o la izquierda de donde debían estar brindando su función. En algunas ocasiones, recuerdo tratar de dominar el horror y en medio de un seco dolor colocar el hueso en su lugar, para pasar un par de días con la rodilla hinchada y una molestia rara que la gente de antes llamaba desconsuelo. La fisioterapeuta, me dijo que lo único que podía hacer era mejorar la musculatura de las piernas para disminuir los impactos sobre las rodillas y que para esto era necesario que me inscribiera en un gimnasio. 

 

Resignado a mi destino de asistir a un gimnasio, me di a la tarea de buscar el lugar ideal, en esta época en que esta clase de negocios han aparecido como hongos después de las lluvias. En otro momento escribiré de manera más detallada sobre los gimnasios, y ahora me limitaré a comentar que ya llevo tres semanas asistiendo a uno y tengo muchas observaciones curiosas al respecto. Relativo al tema que ahora te comento, (tuve que leer lo que estaba antes, porque no me acordaba) el de la edad, en el gimnasio no calzo ni con el rango de edad de gente joven que va para convertir su cuerpo en un objeto bien instagrameable , ni con el de las señoras adultas mayores que van a rehabilitarse de forma muy valiente y disciplinada alguna afección osteomuscular que les aqueja. Creo que estoy en el rango de adultos de mediana edad que se recuperan de lesiones y evitan un infarto temprano. 

 

Como algunos sabrán, he regresado a vivir a mi pueblo natal y con el tiempo que ahora dispongo de más, he podido ir recorriendo el barrio y reconociéndolo a partir de las diferencias de aquel que viví hace más de veinticinco años.  Ahora recuerdo porqué en Paraíso no han organizado nunca los juegos deportivos nacionales y es porque no existen cien metros planos. Sobra decir que esto me lo volvió a recordar mi rodilla. También de tanto en tanto me he encontrado con compañeros de colegio y amistades de juventud, a quienes encuentro convertidos en señores y señoras respetables. Olvidando claro, que yo calzaría para ellos dentro del mismo marco descriptivo, aunque creo que no tan respetable. El encuentro promedio va de la siguiente manera: ambos sostenemos la mirada por más de un segundo y cuando alguno de los dos presenta algún movimiento que saque de la parálisis que provoca el hurgar en la memoria, se reacciona con un saludo rápido y genérico ( -¿Cómo estás???!, ¡Tanto tiempo!-) obviamente omitiendo el nombre, porque en nuestros adentros corroboramos su nombre o apodo, o si este último es aún válido para ser usado con el respetable señor con el que nos encontramos. El otro u otra persona muy probablemente también está batallando por recordar el nombre de viejo que le está saludando, y confirmando que si se trata de una versión arruinada e hinchada del compañero de colegio de hace treinta años. Por esto, lo más prudente es seguir la conversación por campos lo más genéricos posibles como el clima, la salud o el pueblo. Algunos momentos después si ya se considera ubicada la identificación, se puede proceder a preguntar por la familia o por amigos o compañeros mutuos tratando de no detallar mucho, no vaya a encontrarse el haber omitido algún fallecimiento del que no se sepa y arruinar el momento. Todo este ejercicio de ingeniería social instantáneo, provoca cierto agotamiento, que hace desear que la conversación concluya lo antes posible, lo cual llega con la promesa de un próximo reencuentro incluyendo otros amigos para recordar viejos tiempos. 

 

No se otras personas, pero yo al menos, no tengo ganas de recordar viejos tiempos, aún no. O por lo menos con mis rodillas, prefiero enfocar el esfuerzo en mejorarlas, antes de que la próstata, o alguna otra luz del tablero del dash de este modelo 75 se encienda y mi atención se concentre más en sentir estos años que en recordar los pasados.

2 comentarios:

  1. Tampoco quiero recordar viejos tiempos, reuniones con ex compañeros 🥱😮‍💨🙄🙄🙄

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    1. No se, pero clase de reuniones, para mí tienen mucho un tufillo a desesperación que le quitaría tres cuartas partes de lo agradable que pueda tener una reunión social. Además soy un antisocial, qué le voy a hacer.

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