
Un
par de semanas han transcurrido, desde que tuve el más impactante choque de proporción
temporal que a continuación te voy a narrar. Hacía un par de compras en el MaxiPalí
de Paraíso y logré conseguir una caja en la que solo había una persona que terminaba
de vaciar su carrito, no muy lleno, frente al cajero. Vi esto como una de las
pocas pequeñas victorias patéticas con las que tenemos que conformarnos los que
seguimos atrapados en el sistema capitalista de esta nación que pretende creer
que desarrollo es usar las cajas automáticas del supermercado. Al menos, pensé,
sería atendido por un ser humano que representa la clase trabajadora y que obtiene
un salario a partir de su labor, aunque sea considerado un ¨costo¨ más, que un
elemento vital por parte del monstruo al que iba a dejar parte de mis
inexistentes ingresos. El cajero en cuestión era un muchacho que no creo que llegara
a los veinticinco años y vestía de manera desafiante, bajo el chaleco verde con
el color del supermercado, una camiseta con la efigie de Kurt Cobain bajo el logo
clásico de Nirvana. Pagué y le agradecí felicitándole por su estupenda
camiseta, el chico orgulloso y sonriente me saludó con un ¨Pura vida¨ y siguió
con el carrito de la siguiente víctima.
Yo
me alejé pensando en lo bueno de que a gente de la nueva generación le gustara
la música de Nirvana. Soy consciente de que en estos tiempos existen bandas y músicos
muy buenos, pero seamos sinceros: no es lo que se escucha en las radios ni lo
que suena bastante alrededor. Cuando Nirvana sonaba, sonaba de verdad, fue una
presencia musical popular y que a muchos les abrió los ojos para pensar que el
rock no había muerto y acceder como sucede mucho, a otras vertientes musicales
más valiosas que lo que los medios brindaban. No era mi caso, puesto que yo era
bastante metalero cuando descubrí Nirvana y el grunge, pero fue un género que
viví en mi adolescencia con plena identificación y pertenencia. De pronto caí
en cuenta que el año pasado se cumplieron treinta años de que Kurt Cobain se voló
la tapa de los sesos. ¨El chamaco de la camiseta ni siquiera había nacido¨ pensé,
para él, usar esa camiseta era el equivalente a que yo a su edad, usara una
camiseta de The Beatles o The Who. Porque yo, cuando tenía veinte años, y se
estrenaba la más reciente figura del club de los veintisiete, habían
transcurrido treinta años desde que esas dos bandas apenas habían grabado sus
primeras producciones. El rock era una ola que empezaba a inundar el mundo, y
el heavy metal ni siquiera existía.
Esto
es a lo que antes me refería cuando te decía que era el IMPACTANTE CHOQUE DE
REALIDAD TEMPORAL. Y ojo a lo grave de esto: ¨La misma cantidad de tiempo que
hay entre hoy y el punto cumbre del movimiento grunge de los noventa, es la que
existe entre cuando yo tenía veinte años y el tiempo en que las bandas británicas
como los Rolling Stones, The Who y los Beatles invadían el mercado gringo en la
llamada invasión británica.¨ Estas proporcionalidades temporales son las que a veces
me hacen consciente de mi antigüedad. Por lo menos me remito a estas
elucubraciones históricas más que a mi rodilla derecha o a la escasez capilar.
Cuando Nirvana se
fue al carajo por el montón de complejos, adicciones y enfermedades mentales de
su cantante, combinados con una escopeta calibre 12, el rock moderno cumplía tal
vez unos años treinta años y las emisoras de música vieja sonaban con discos de
producciones anteriores a 1985. Los que nacieron ese año, este año cumplen
cuarenta y cuando nacieron, se cumplían cuarenta años del término de la Segunda
Guerra Mundial. Otra proporción un tanto aterradora para los que este año se convierten
en cuarentones o en señoras de las cuatro décadas. Pero para ese año, yo ya
cumplía diez porque nací treinta años después de que el glorioso Ejército Rojo
aplastara a los malditos nazis y evitaba que estuviéramos más explotados de lo
que ya estamos. Por tanto, este 2025 llego a la significativa, atemorizante y
extraña edad de cincuenta años.
Si has leído hasta
aquí, muy probablemente seas bastante contemporáneo a mí y espero que te estés
divirtiendo con estas reflexiones. Puede que también alguien que considere a
Nirvana como música vieja, haya llegado a estas más de setecientas palabras y
se esté divirtiendo con la forma en que los viejos pensamos. Por eso quiero
agradecer tu constancia y tu selecto gusto en las lecturas, en estos tiempos en
que la mayor parte de la gente no lee nada que tenga más de dos líneas, ni mira
más de veinte segundos de un video, a pesar de que pasan el noventa por ciento
del tiempo pegados a la pantallita en su mano. Estaba por escribir que lo más
raro de todo es que no me percibo como un viejo, aunque ahora que lo pienso lo que
escribí en la anterior oración, es una queja velada de un viejo. Entonces, lo
acepto, soy un viejo de cincuenta años a partir de hoy. No cambiaré mi actitud,
puesto que soy consciente de que tengo muchas actitudes de viejo y ya no tengo
porqué cambiarlas.
Siempre me ha
gustado la historia, y ahora que lo veo ya puedo considerar que soy testigo de
ella. Pienso que ese es un regalo que obtenemos como recompensa a haber sobrevivido
un año más. Si ponemos atención hemos sido testigos de muchas cosas que han
cambiado el mundo, si somos conscientes podemos apreciar las variaciones del
clima, si comparamos las condiciones podemos ser de verdad críticos con lo que
nos está sucediendo ahora y determinar cómo cambiar las cosas. La memoria y la
inteligencia aplicadas pueden ser nuestra mayor fortaleza cuando las décadas
van pasando sobre nosotros y las luces de emergencia de nuestra nave vital
empiezan a encenderse con frecuencia cada vez más alarmante.
Cuando yo nací mi
tata tenía veinticinco años, cuando él nació ya había pasado un año desde la Revolución
del 48. Cuando él llegó a la edad que yo ahora alcanzo, yo tenía esos mismos
veinticinco y el siglo y el milenio cambiaban. Él era Técnico en transmisión
del ICE y orgulloso me contaba como trabajaba en los enlaces para que la nueva
tecnología de telefonía celular pudiera cubrir la mayor parte del Valle Central
y las cabeceras de cantón, yo estaba a cargo de construcciones como ingeniero
de obra recién salido del Tec y empezaba a ser parte de la fuerza laboral de un
nuevo siglo que vendría como planadora capitalista sobre la nueva generación. Hace
casi un año que él ya no está, y yo estoy aquí a las cuatro de la mañana escribiendo
sobre lo inútil que puede ser convertirse en testigo de la historia, sin documentarla
o sin pensar de forma crítica sobre ella. Pero me doy cuenta que la historia más
importante es la que he vivido comentándola con él y con la gente que me rodea,
además de la que viví a través de su memoria, de las cosas de antes de que yo
naciera y que él me contó. Tengo muy presente anécdotas de su abuela Adela como
si yo la hubiera conocido a pesar de que murió años antes de que yo naciera. Así
es como a estas alturas del cerro que todos escalamos y que nos llevará solo a
un lugar, me doy cuenta de que ser testigo de la historia es comunicarse con nuestra
gente, colaborar, darnos cuenta de que somos parte de un todo. Hilos del mismo
tejido como decían nuestros antepasados originarios de estas tierras que
comprendían mucho mejor las cosas porque el tiempo no les preocupaba tanto.