miércoles, 22 de agosto de 2018

UN METARRELATO COMO INTRODUCCIÓN


          



            Ayer me puse a leer los relatos que considero casi listos para publicar. Quise darles una leída por encima para imprimirlos y con más tiempo y paciencia hacerles las anotaciones y correcciones que correspondan. Tardé unos cuarenta minutos, pero desde el minuto diez, para mi decepción y posterior desasosiego me convencí de que son pura basura. No tienen alma, ni atractivo, ni ganas de ser leídos. No los siento míos ni me siento orgulloso de haberlos cometido. Es lamentable y patético, que pretenda ser escritor con esta porquería de tan mala calidad.  Lo más preocupante de estas historias es que no tienen ningún estilo definido que enganche al autor y le incite a continuar la lectura. Lo peor de todo: no me veo reflejado en ellos. No los siento míos, siento que pueden haber sido escritos por cualquiera menos de mí, que he leído tanto y de tanta calidad, y esta circunstancia me debería haber dado el don de escribir bien.

             Tengo la impresión de que mi verdadero yo ha sido atado a una silla y amordazado antes de que pudiera poner las manos sobre el teclado. Tal vez el verdadero Toño aportó ideas geniales, pero antes de ponerlas en papel el toño impostor le narcotizó con comida y pornografía; le puso una camisa de fuerza, le amordazó y le vendó los ojos. Después le guindó de un gancho de carnicería y le dejó colgando en la habitación contigua. Una vez encerrado frente al ordenador, el toño impostor, hizo memoria sobre la idea del verdadero Toño y empezó a trabajar sobre ella. Depuró la idea, le quitó todo lo que pudiera a oler a los morbosos pensamientos de su yo creativo, le añadió todos sus miedos y complejos y empezó a escribir con cuidado de la ortografía, la gramática y el estilo algo que podría gustarle mucho a sus tías y a su profesora de español de octavo año.  En la habitación de al lado el verdadero Toño, ni se enteraba de lo que le hacía su yo imbécil al pequeño milagrito que la musa le había soplado en el oído. Permanecía suspendido atado y amordazado en una muy confortable inconsciencia.  No podemos saber que hay dentro de su mente en esos momentos pero es muy probable que transcurran en cámara lenta imágenes del día a día en el trabajo, en las visitas de inspección de obra y en las horas y horas haciendo control de costos en la oficina, salpicados por imágenes más de fantasía que reales de los traseros y las tetas de las chicas que había logrado ver recientemente o de secuencias de pornografía de seres sin rostro que comparten sus fluidos, todo matizado en una ensalada de sonidos de la música más pegajosa que escuchó durante el día y que por desgracia no es la que más le gusta. Dentro de este pantano de datos, notas, responsabilidades, culpas, tetas, coños, vergas, mierda, reggae y rock la mente del toño verdadero, no puede escuchar a la musa y no puede hablarse a si mismo.  El tiempo, tan relativo siempre, al fin le concede el momento de lucidez y silencio para encontrarse de nuevo en el cuarto frente a su escritorio observando el ordenador con un documento de varias páginas de largo, que no se atreve a leer ni siquiera una vez. El toño impostor terminó la tarea y le dejó libre para que admirara su obra, si es que se atreve. 

Pero casi nunca se atreve.

Resuelve nada más salvar el documento con su código de fecha y un nombre que le recuerde de que trata lo que acaban de escribir. Sabe que pasará un buen tiempo hasta que lo lea y se decidirá por tomar un descanso tratando de convencerse de que esto no fue producto de una nociva sociedad sadomasoquista de las dos personalidades de un escritor que no reconoce en cual de ellas radica el genio. Si es que lo hay.

            Cuando llega el momento en que el toño verdadero se anima a leer lo que ha hecho durante tantas jornadas, es cuando se da cuenta del doloroso aporte del toño impostor. La obra resultante que ha leído tiene la idea central que la musa sopló al oído del creador, pero el que la escribió se ató las manos para hacerlo y esa idea quedó enterrada entre idas y venidas sin sentido de la trama y finales lamentables. El toño verdadero se desmorona lamentando la oportunidad perdida y llora con amargura el dolor de haber decepcionado a la musa. El toño impostor permanece quieto mirando con lástima a su mitad maltratada, y se arrepiente otra vez de hacer lo que no puede evitar hacer. Sabe que así no será posible llegar a ser considerado escritor, pero no tiene una solución para que el trabajo en equipo entre las dos mitades pueda ser posible y llegue a crear algo que valga la pena.

            Es de esta forma que me puedo explicar a mí mismo, si es que tengo la oportunidad de explicarme, cómo es que, a pesar de que no me bloqueo, porque las buenas ideas me llegan con cierta frecuencia; no logro completar un relato bueno, que valga la pena y que tenga un estilo que me defina y me sirva como carretera para recorrer más relatos en la extensión de la ficción que me sale de la cabeza.  De alguna manera el toño creador, a quien considero el toño verdadero, debe tomar el control durante el proceso de escritura. Pero creo que el toño impostor, evita que lo haga porque sabe el cúmulo de sexo, violencia, morbo, herejía y demás maldades anidan en la mente creativa de ese animal.  Solo el toño impostor le conoce de verdad, y sólo él puede sostenerle dentro de su corral de ficciones.  ¿Qué pasaría si el genio tomara el control? ¿Sería acaso posible en la vida real  poder permanecer cuerdo y sano,  con el toño verdadero desatado y tomando las decisiones? Solo existe una forma de saberlo. Eso lo sabemos todos, pero ¿si no resulta y en vez del genio creativo se desata el genio destructivo? Todos saben lo que pasó con montones de genios locos que aunque su obra trasciende, ellos vivieron sumidos en la miseria material a veces o espiritual casi siempre. ¿Están los dos toños dispuestos a entregar la mente por el preciado legado de poder crear narraciones, por saber escribir y contar historias?

            Ya lo veremos, mi cordura está en juego.