jueves, 10 de octubre de 2013

La Pendejera Tica

Por ahí anda un grupo muy asustado con los pelos parados y los calzones untados, dando voces que señalan que Villalta es comunista, que es rojo, camarada, bolchevique! Tengo algo que decir al respecto:

Todo esto de tachar de comunista a Villalta, es la tonta maniobra de los burgueses wannabe, de tiquicia, que crecieron, bueno crecimos porque yo también soy de esa época, durante la guerra fría y se tragaron las moralejas de toda la mierda yanqui que nos llegaba desde el pato Donald hasta Mcguiver , pasando por Rocky III y los magníficos,(claro, yo me acuerdo de carajillo en los 80s, me creía ese cuento de los gringos buenos y los rusos malos, sólo que yo crecí y me informé al respecto). Esto me recuerda algo que me contaba mi tata, de que cuando él estaba en el colegio en los años 60s, el profesor de español  leía a la clase pasajes del libro "Marcos Ramírez" de Carlos Luis Fallas casi que a escondidas cerrando la puerta del aula, ya que temía que algún colega le tachara de comunista pervirtiendo a la juventud. El profesor debía hacer eso para no ser víctima de chuchingas afectados por algo a lo que llamo "la pendejera tica". Esta patología la padecen las mayorías religiosas y políticas de nuestro país, y  quien la padece tiene extremo terror a lo diferente, a la verdad, a decirla y aún peor a que se la digan. La "pendejera tica" afecta principalmente a dos grupos: los ignorantes y los patanes codiciosos. Los ignorantes a su vez se subdividen en los que no han tenido la oportunidad de aprender e informarse, y estos tienen salvación y hay que ayudarles; y los brutos que por más que se les exponga con claridad que la luna es un satélite de la Tierra, seguirán obstinados en que es un inmenso queso palmito de San Ramón. Por otro lado, los patanes codiciosos se subdividen en dos grupos: los que tienen mucha plata, mucha, demasiada, de toda la vida la han tenido y comprenden que si la justicia llegara algún día, tendrían que trabajar como todos los demás para mantener ese vano y tonto concepto ególatra que se llama estatus social; y los que creen que pueden darse una vida al estilo gringo y que algún día lograrán convertirse en millonarios creyéndose el cuentazo que los del primer grupo ( a quienes admiran y envidian por partes iguales) les echaron, y se parten el lomo trabajando y acumulando dinero en pos de ese sueño materialista que les convierte en seres egoístas y de corta vida. 

martes, 8 de octubre de 2013

Homenaje al héroe

TRISTEZA EN LA MUERTE DE UN HÉROE
de Pablo Neruda
Los que vivimos esta historia,
esta muerte y resurrección
de nuestra esperanza enlutada,
los que escogimos el combate
y vimos crecer las banderas,
supimos que los más callados
fueron nuestros únicos héroes
y que después de las victorias
llegaron los vociferantes
llena la boca de jactancia
y de proezas salivares.

El pueblo movió la cabeza:
y volvió el héroe a su silencio.
Pero el silencio se enlutó
hasta ahogarnos  en el luto
cuando moría en las montañas
el fuego ilustre de Guevara.

El comandante terminó
asesinado en un barranco.

Nadie dijo esta boca es mía.
Nadie lloró en los pueblos indios.
Nadie subió a los campanarios.
Nadie levantó los fusiles,
y cobraron la recompensa
aquellos que vino a salvar
el comandante asesinado.

Qué pasó, medita el contrito,
con estos acontecimientos?

Y no se dice la verdad
pero se cubre con papel 
esta desdicha de metal.
Recién se abría el derrotero
y cuando llegó la derrota
fue como un hacha que cayó
en la cisterna del silencio.

Bolivia volvió a su rencor, 
a sus oxidados gorilas,
a su miseria intransigente, 
y como brujos asustados
los sargentos de la deshonra,
los generalitos del crimen,
escondieron con eficiencia
el cadáver del guerrillero
como si el muerto los quemara.

La selva amarga se tragó 
los movimientos, los caminos,
y donde pasaron los pies
de la milicia exterminada
hoy las lianas aconsejaron
una voz verde de raíces
y el ciervo salvaje volvió
al follaje sin estampidos. 


(Isla Negra 1969) / Fin de mundo 1969

jueves, 5 de septiembre de 2013

Esto termina en pesadilla

Los tiburones aún no han llegado
a la estación central,
seguiré esperándolos
para que al llegar me devoren.

No los dejaré ir
hasta que traguen
la última porción de intestino
y escupan disgustados
las uñas de mis dedos
manchadas de tinta,
amargas de recuerdos.

Ya me los imagino:
chupando la sangre derramada
sobre el mosaico y tirándose pedos
que apestan a ideas anticuadas,
y a rancias costumbres.

Me tiemblan un poco las rodillas
cuando pienso que después del festín
tal vez quieran un postre
y yo no fui un poco más gordo
o más alto para saciarlos,
si esto sucede
los tiburones se pondrán tristes
y perderán el apetito
se les revolverá la panza
y empezarán a vomitarme.

Mi otrora cuerpo
ahora convertido en bolo alimenticio
se convertirá en un cascarón
sólido de piedra
del que saldré convertido
en otro tiburón,
el más grande y hermoso,
y sin perder tiempo
los devoraré a todos
y seguiré devorando todo
la tierra, el universo, el vacío.

Pero esto es mucho,
demasiada responsabilidad para mí,
me conformaré
con seguir esperándolos

aquí en la estación central.

toño 2013

domingo, 30 de junio de 2013

de doña Carmen Naranjo, siempre tan vigente...


¨considerando que somos muchos
nos llamamos a la unión
considerando que somos tantos 
amenazamos con la acción
considerando que no somos tontos
exigimos participación
considerando que hay injusticia
damos por muestra un botón
considerando que nos olvidan
afilamos la voz
considerando que nos relegan
tomamos posición
considerando que nos desnutren
reclamamos nutrición
considerando que nos maleducan
aspiramos educación
considerando que no nos atienden
pretendemos atención
considerando que nos estrujan
pedimos extensión y promoción
considerando que somos 
víctimas de la inflación
sujetos objetos de la economía
títeres de políticos y precios
esclavos de modas y programas
y recursos ingratos de arbitrarios
vitalmente
racionalmente
universalmente
declaramos la revolución¨.

tomado de ¨Homenaje a don Nadie¨ de doña Carmen Naranjo

jueves, 20 de junio de 2013

CARROÑEROS


Descubrieron el cuerpo de una joven universitaria, desaparecida hacía cinco días en una zona cercana a la frontera con Costa Rica. El cuerpo estaba desnudo, y semiquemado, había también señas de que animales carroñeros habían empezado a dar cuenta de la carne descompuesta. Lo usual y rutinario siguió a este descubrimiento, como si de un descubrimiento usual y rutinario se tratara. El levantamiento del cuerpo por las autoridades judiciales panameñas, la inspección del sitio en busca de rastros y pistas que eventualmente pudieran llevar a dar con la causa, circunstancias y ojalá el responsable de la muerte. Interrogatorio al muchacho analfabeta que se dirigía al trabajo en una finca y que descubrió el cadáver, mientras orinaba contra una cerca de alambre de púas. Quedó tan nervioso que no pudo volver a orinar de pie en tres días.

Un día después, lo usual y rutinario, pero siempre doloroso. El hermano de la universitaria desaparecida, reconocía el cuerpo vomitando a través de la mascarilla que le proporcionara la médica forense que le acompañó. El muchacho guardaría como una cicatriz en sus ojos la imagen hinchada y negra que en nada se parecía a su hermanita, de quien muchas veces tuvo que defender el honor por lo que decían sus panas sobre su cuerpazo de bomba. Sólo pudo confirmar la certeza de su identificación cuando le mostraron el tatuaje que tenía en la parte baja de la espalda, y que le había costado una fajeada de su madre cuando se lo hizo siendo solo una chiquilla de quince años.

Dos días después, todo deja de ser usual y rutinario después de practicar la autopsia. A pesar de que el cuerpo está muy dañado por la acción de los animales, y por el fuego que no logró quemarlo más que superficialmente, el tronco está bastante completo y se detectó una cicatriz en forma de i griega, igual a la que se practica en las autopsias. Esta, al parecer, es su segunda autopsia. Cuando la médica forense abre la carcaza, comprobó sus sospechas. No había órganos adentro. Pulmones, corazón, riñones, estómago, hígado. Solo los intestinos se alojaban en el alguna vez estrecho vientre de la joven.



El norteamericano sonreía complacido  frente a la cámara sin quitar la vista a su entrevistado. Sabía que a pesar del paupérrimo inglés que el médico hablaba, su anterior mención del costo tres veces menor de un transplante de riñón, era determinante para la publicidad que de inmediato colgaría en su website. En este se promocionaban los tratamientos médicos más diversos en un lujoso hotel hospital  de la capital costarricense, donde se trataba a los pacientes que venían del extranjero como a auténticos miembros de la realeza colonial de antaño, trato que por cierto apasionaba tanto a los ricachones de este little country donde los business estaban por doquier. 

También agradecía la mención de la gran cantidad de transplantes de riñón realizados por el médico entrevistado, siendo este dato fácil de comprobar por los visitantes al website, mediante un link al sitio de la National Kidney Association. Esto garantizaba una ola de clientes desesperados y urgidos por seguir viviendo y por el tratamiento estrella, el más caro y difícil de conseguir, ahora a un precio globalizado. Este era el negocio ideal, el que le había provisto de una nueva propiedad en Guanacaste cercana a donde se estaba construyendo un nuevo hospital hotel para turistas que soñaban con la eterna juventud de la provincia donde la población local padecía brotes de dengue que se llevaban tres o cuatro personas al año.

Con su torpe inglés, el médico mencionaba la edulcorada historia de cómo, de joven se había quebrado su mano, y lo bien que le habían tratado en el hospital, lo que hizo nacer en él la vocación por curar a los demás. Ya le sonaba bastante natural la mentira que le había sugerido decir el gringo, para no dar la impresión de que había estudiado medicina obligado por su padre también doctor, en contra a su deseo de ser abogado. Con eso terminó la tediosa pero fructífera entrevista que pronto depararía en más trabajitos y más dinerito en las cuentas del negocio. 

El norteamericano, se levantó, detuvo la cámara, y le sonrió. Con su torpe español, le dijo: 

-Tenemos ya el riñón para Mr. Leonard, recién llegado de Panamá, te está esperando en la clínica. Donante: mujer, 22 años, los médicos de allá nos garantizaron cien por ciento compatible. Murió en accidente de tránsito.


-¡Qué brutos los panameños! Ves, vos tanto que te quejás de las calles ticas y mirá como se matan por montones en accidentes allá con esas carreteras tan buenas.- añadió el galeno, y le dio la mano cordialmente al gringo, mientras salía del lujoso condominio en su audi doble tracción del año. 

Nota: La imagen que encabeza el texto la tomé yo mismo al atestiguar una situación brutal producto de la naturaleza humana y de la realidad que ahoga nuestra patria. Luego me referiré al respecto. Toño.

miércoles, 19 de junio de 2013

TEMPUS FUGIT



El tiempo pasa
aproveche el momento,
todo se convierte en recuerdo
en el estante de la memoria,
el recuerdo se convierte en ceniza 
en el desván del olvido. 
Pero la ceniza vuela en el aire
y enturbia la vista
y ciego de cenizas, 
usted pierde el momento.
Tempus fugit
carpe diem.


ilustración : Richey Beckett

jueves, 16 de mayo de 2013

Apresurada ocurrencia sobre la elegante mandataria que volaba gracias a la virtud de los polvos mágicos



La mandataria mejor vestida de América inició su visita extraoficial al país del sur, bajando apresuradamente del avión comentando con su mejor amiga, la rubia fea que siempre la hacía ver a ella como la más linda, sobre las joyas que luciría en el fastuoso evento al que fueron invitadas. Más atrás se quedaron los viejos, el judío y el español, acabándose las últimas gotas del etiqueta azul que encontraron en el bar del avión. Uno experto en bancos y el otro en carreteras, discutían sobre la mejor forma de burlar las altas comisiones que abotagado alcalde les había impuesto a sus ganancias a partir del próximo año. Terminaron riéndose los dos cuando alguno mencionó como progresaba la soberanía nacional cuando otra vez las ganancias quedarían en las manos de un polo de Palmares.

Después bajaron, tambaleándose un poco más el español que el judío, y se fueron en la segunda limusina  que vino a la pista por ellos. Acababa de salir una primera limusina que se fue con la presidente, su amiga y la anfitriona del agasajo que venía a recibirlas. Diez minutos después llegó un tercer vehículo, esta vez una camioneta color negro, cerrada y con vidrios polarizados, que aparcó peligrosamente cerca del jet. Su conductor bajó y abrió las portezuelas de atrás mientras al mismo tiempo, el piloto y el copiloto bajaban ocho maletas grandes del avión y las subían apresurados a la camioneta con ayuda del chofer. Cuando las subieron todas, y  sin cruzar palabras con los aeronautas, el chofer cerró las puertas y subió enseguida. Al llegar al portón del aeropuerto, acababa de salir la limusina que llevaba a los viejos que empezaban a disfrutar de otra botella, esta vez de etiqueta verde, que encontraron gracias a su curiosidad y buena suerte, en el mini bar de la limusina. Cuando se acercó a la salida para la revisión obligatoria de aduanas, el chofer de la camioneta le indicó al oficial  que traía el equipaje diplomático de la señora mandataria y sus acompañantes, después de un cruce de miradas que duró un segundo, el oficial dijo en voz alta para que su compañero le escuchara, que podía pasar con el equipaje diplomático de la señora presidente que nos visita de forma extraoficial. 

Luego abrieron el portón y la camioneta salió tomando la dirección que seguían las dos limusinas. Un kilómetro después se desvió a la derecha y se internó por las rutas secundarias.

domingo, 12 de mayo de 2013

EL OSO HORMIGUERO




Con seis cervezas y una cuarta de guaro entre pecho y espalda, Artavia se sentía aún bastante lúcido cuando salió de la cantina. Creía que el trago le apaciguaría, pero su ira había aumentado cuando escuchó que los murmullos y escondidas risitas a sus espaldas se volvían cada vez más descaradas a cada trago que tomaba. Evitando problemas decidió retirarse del lugar. La cólera de creerse marido engañado, le consumía y el recuerdo del mensajito que un anónimo le dejó en el trabajo le pudría más el intestino.

Por la mañana, en la construcción donde trabajaba le mandaron a desarmar la formaleta de una de las grandes columnas  que habían colado el día anterior. No más llegando frente al encofrado, pudo ver un letrero escrito en la tabla con lápiz de carpintería y que con grandes letras mayúsculas desalineadas y chatas decía : ¨CHIVO¨, junto a las letras estaba un dibujo de algo parecido a una pareja en pleno coito y un personaje frente a ellos con sendos cuernos en su cabeza. Supuso que ya todos sabían que había echado a su mujer al creer que le engañaba. No pudiendo aguantar más el peso de las miradas sobre su espalda, tiró sus herramientas y se largó. Regresó a su casa y recogió el machete que había afilado el día anterior para ir a limpiar las malezas del terrenito que le había dejado su tata y que tenía tan abandonado. 

Pasó la tarde chapeando el montazal mientras pensaba que la mejor prueba de la infidelidad de su mujer era el hecho de que ella se hubiese ido sin oponer resistencia ni rogarle, llevándose a su hija de cuatro años. Sabía que estaba en casa de su suegra y suponía que era para que la abuela cuidara la chiquita mientras se revolcaba con el otro. No había duda. La ira se instaló en su estómago y le quemaba, lo mejor era aplacar ese fuego en la cantina, si es que el alcohol lograba ese efecto.

Al salir de la cantina quería sosegarse, pero su ira necesitaba un escape. Caminó sin rumbo por la vereda que bordea la montaña donde de pequeño pasaba madrugadas de cacería con su padre y hermanos. Recordaba la buena vida que era esa, que bien sabía el venado, el tepezcuintle, y hasta lo divertido que era tirar a los congos con la escopeta vieja de su tata, viéndolos agonizar cuando caían derrotados en el suelo. También recordaba lo peligrosas que eran las culebras por ahí, por esto siempre había que andar a mano un machete bien afilado, para hacer picadillo a cuanta culebra se apareciera. Por que las culebras son malas por naturaleza, como las mujeres, como su mujer, como su hija. No, su hija no era mala, pero lo será, porque es mujer; igual a una  serpiente. De pronto algo se movió en el matorral y sobresaltado empuñó el machete. Del matorral salió un oso hormiguero que casi choca con él. ¡Qué alivio que no era una culebra!, una culebra como una mujer, como su mujer. De nuevo la ira. La cólera le hizo levantar el machete, y descargarlo sobre la pobre criatura. La indefensa criatura. La inocente criatura. A cada golpe sentía como la sangre del animal le salpicaba caliente la cara y los brazos. Se sentía diferente a la sangre de culebra.

El animal quedó moribundo a la vera del camino en medio de un charco de sangre. Artavia siguió caminando, como en trance pensando que la sangre de culebra era fría pero la que le salpicaba el rostro era tibia. Ya no sentía más cólera, después de la descarga de machetazos sobre el oso hormiguero no llegó el alivio esperado al destrozar al animal, lo que llegó fue el miedo. Miedo a la sangre, miedo a estar solo, miedo a las culebras y miedo a él mismo. Miedo a todo, y de pronto pensó que siempre había tenido miedo a todo y que solo junto a su mujer y a su hija, cuando estaba de buenas con ella, cuando eran novios, cuando nació la chiquita, nunca había sentido miedo. Decidió perdonar a su mujer e ir por ella a casa de su suegra. Iba a consagrarse a esas dos mujeres, ya no les tenía miedo. Ya no temía a las culebras.

Corrió a casa de su suegra quien vivía con su cuñado, en una finquita que colindaba con la parte más agreste de la montaña. Ahí donde su mujer y su hija se refugiaron de su temperamento violento, ahí mismo les pediría perdón. Sabía que ellas estarían en el cuarto de atrás donde cuando era soltera dormía su mujer, y sabía que podía entrar levantando con el machete el póstigo de la puerta trasera.


Cuando entró notó en la oscuridad los cuerpos de ambas en una cama. Se acercó y le habló bajito a su mujer. No respondió. Ni siquiera se movió. Le habló un poco más alto, y le sopló la oreja, o la cara, no podía distinguirla bien. Le susurró más fuerte y nada. Extendió la mano y la tocó. Sintió frío. Estaba helada. No sabía que parte del cuerpo había tocado, pero se estremeció porque sintió igual que como se siente tocar la piel de una serpiente. Dio un salto hacia atrás y derribando una silla encontró el interruptor de la luz. Prendió la luz, y vio dos cuerpos sobre la cama, dos cuerpos en pedazos, y sangre por doquier. La cama estaba roja, el piso, la silla, su ropa, su cara. Sintió la asfixia del terror y no pudo gritar, sin respiración sintió como si estuviera atrapado entre una enorme prensa que le aplastaba. Luego sintió frío, el frío de la serpiente se pasó a su cuerpo.

Escuchó voces en otra parte de la casa y reaccionó volviendo la cabeza para encontrarse con su suegra y su cuñado en el quicio de la puerta La parálisis se desvaneció cuando vio que su cuñado tenía una pistola y aprovechando, que este miraba aterrorizado los cuerpos, se lanzó por la ventana y huyó hacia la montaña, mientras escuchaba alaridos y disparos que le pasan silbando a pulgadas de su cabeza.

Mientras avanza llorando por la espesa selva, buscaba los trillos para escapar sin quitarse la imagen de los dos cuerpos inocentes destrozados. A pesar de conocer muy bien esa montaña, estaba totalmente desorientado y donde creía que pasaba una quebrada, encuentró un ceibo enorme, y donde sabía que había un trillo, lo encontró a él un precipicio. Y cayó. 

Despertó. Estaba vivo pero no podía moverse, quedó junto a una pequeña quebrada. Estaba como sentado contra una piedra lanosa y  al intentar mover sus piernas escuchó un crujido y el dolor fue total. No podía incorporarse, sus piernas quebradas no respondían, pero podía aferrarse a algo con sus manos. Sus manos y sus brazos parecían estar bien. Podía sujetarse a una rama y arrastrarse. Sus manos serían su salvación. Sus manos, las que empuñaron el machete, las que destrozaron al animal  indefenso, inofensivo e inocente. Indefenso, inofensivo e inocente como su mujer y su hija. Sus manos las que habían destrozado a tanto ser inocente. ¿Le salvarían sus manos? ¿Las que le habían condenado? Reaccionó cuando escuchó un ruido de algo pesado moviéndose entre la maleza. Un ruido y un olor a almizcle.

Le encontraron tres días después. Los baquianos que ayudaron a la policía muy extrañados señalaron que ya habían pasado por el lugar donde estaba sin haberlo notado, y que los perros de cacería que tenían eran los mejores y nunca fallaban. O casi nunca. Cuando le encontraron nadie se apresuró a sacarle de ahí, todos sabían lo que había hecho . Hasta su cuñado que en su afán de ser él, quien le encontrara primero, ojalá vivo,  quedó espantado al ver los despojos. No había piernas por ninguna parte. Un tronco hinchado a reventar exponía dos fémures cubiertos de moscas. Hilachas de piel colgaban donde alguna vez hubo brazos y los muñones daban la impresión de que estos habían sido arrancados por animales muy pequeños. El cráneo, con unos pocos cabellos aún pegados y  con la cara roída sin ojos, exponiendo una macabra sonrisa de dientes amarillos, no podía indicar que existiera vida ahí. Todos creyeron que se encontraron a un cadáver. Todos pensaron que el final le había llegado,  todo indicaba que Artavia ya no estaba allí, excepto por los estertores de la última respiración que emitió al sentirse rodeado, al fin, por seres humanos.


NOTA: Esta ficción macabra me fue inspirada por la inmensa cólera e infinita rabia que me provocó esta realidad no menos macabra: http://www.nacion.com/2013-05-06/AldeaGlobal/Zoo-Ave-rescata-otro-oso-hormiguero-grave-por-machetazos.aspx?utm_source=RSS_Feed&utm_medium=RSS&utm_campaign=RSS_Syndication

sábado, 27 de abril de 2013

LOS GEMELOS (segunda parte)


Para una persona normal, con su complexión, el cansancio a estas alturas debería minar su habilidad y fuerza al asestar cada golpe. Pero con la rabia a flor de piel, con la espuma en la boca y con el olor a la sangre de su oponente muy adentro de la nariz, el cansancio no se atrevía a aparecer. La sola noción de su camisa blanca, la mejor de las pocas que tenía, rota y salpicada de sangre; y el imaginar a su madre haciendo acopio de su desgastada vista tratando de pegar de nuevo los botones, le inyectaba la furia  desbordante con que los puños se estrellaban contra el hueso de la cara del gemelo, aplastando los tejidos de piel y músculo que habían en medio convirtiéndolos en una carne molida en vivo, que pronto se hincharía hasta reventar. Golpeaba y golpeaba sin detenerse, y la sangre de ambos se mezclaba en sus nudillos rotos por los filos de los dientes quebrados de su oponente. Cuando sus puños hinchados empezaron a resentirle, cambió de arma. Aún sujetando los brazos del fiambre, con las rodillas, se acercó sus puños aún herméticamente cerrados a la cara y continuó golpeándole la cabeza con los codos terminando de convertir las orejas del gemelo en masas informes y sangrantes parecidas a una coliflor. 

Hacía un minuto que las piernas del vencido, que antes trataban de dar rodillazos  a la espalda del verdugo que tenía sentado en su pecho, yacían inmóviles como troncos talados.  A todos nos invadió la inquietud de que pudiera estar muerto, pero nadie se atrevía a acercarse a tranquilizar y separar al toro colérico en que Camarasa se había convertido. De pronto, se detuvo, dejó caer sus brazos y resopló entre babas y sangre.  Comprendimos que era el momento, y nos aproximamos precavidos, mientras Chiki le decía:

- Primo, ya estuvo bueno, tranquilizate guebón.- y mientras le ayudaba a levantarse, - vamos a mi casa para prestarte una camisa. 

Camarasa que dócil y jadeante ya se había separado dos metros del casi cadáver, al escuchar la mención a la prenda, se soltó del abrazo de su amigo y volvió a reventar de una patada las costillas de su yaciente víctima.


Pasar de la noción de terror que nos provocaban los gemelos, a esta euforia de violenta victoria ajena, nos tomó varios largos y extraños meses.

El desasosiego del que fuimos presa todos los de la barra, nos tuvo en alerta constante como conejos que corren por la noche en medio del monte. Tanto los que fuimos víctimas de aquel asalto en el parque, como los que no estaban, y que puestos al tanto por las acostumbradamente exageradas descripciones de Chiki, caminábamos aterrados por las nocturnas calles del barrio. Aún sin que la mayoría conociera de vista a los famosos gemelos, empezamos a planear una arriesgada y aventurada venganza, para poder volver a tomar el parque y andar por las calles con la despreocupación de antes. Decidimos armarnos y darles una lección a los maleantes. A partir de ahí en las construcciones de nuestros barrios se empezaron a perder pedazos de reglas, alfajillas y varillas de tres octavos y de media. Debajo del poyo en el que nos sentábamos se podía ver tanto desecho de formaleta y varilla, que una vez nos preguntaron que si íbamos a hacer una carne a la parrilla,

- Si -recuerdo que les contesté, - y con carne de gemelo.- Al momento me arrepentí de mi arriesgada y temeraria afirmación, puesto que estaba tan seguro de que si los gemelos aparecieran por ahí de nuevo no me tomaría ni un segundo en recoger mi varilla, y apostaría toda mi suerte a las tenis para correr, que hace tiempo no me quitaba. Y es que lo cierto era que en grupo todos nos sentíamos en capacidad de enfrentar a los asaltantes, pero cuando cada uno se dirigía a su casa parecía como si todos entrenáramos para una maratón, todos trotando hacia los diferentes barrios. 

Empezamos a recorrer los barrios, llevando nuestras improvisadas armas, ansiosos de encontrarnos a los famosos asaltantes y molerlos a palos. En un par de ocasiones nos topamos con grupos de tres o cuatro maleantuchos, que al vernos avanzar se daban vuelta y regresaban por donde venían; una vez, les perseguimos por una cuadra solo por divertirnos, pero sin intención de machacarlos. Creo que en el fondo de cada uno, estaba el ruego incesante y callado de no encontrarnos con nuestros enemigos. Tanto era que les temíamos.

Parecía que la noticia de que existía un grupo de justicieros callejeros que quería la cabeza de los gemelos, se corrió un tanto exagerada por el pueblo, porque aquellos desaparecieron tal y como habían llegado. No se sabía que ocurrió con ellos, probablemente se trasladaron a otro pueblo, o se fueron a la capital para ampliar su coto de caza. Muy probablemente, ni siquiera se enteraron de que un grupo de mequetrefes les querían dar caza, tal vez solo se escondían de la ley, por ser sospechosos del asesinato de un drogadicto que cuidaba carros en un restaurante de las afueras del pueblo. Aunque todos teníamos noción de que en definitiva no fue por nuestras amenazas que se fueron, dentro de cada uno queríamos convencernos de que fue nuestro equipo de cacería de maleantes, el que les obligó a buscar otro lugar para sus correrías. Entonces las cosas volvieron a la normalidad. Los palos y las varillas, dejaron de acompañarnos en nuestras tertulias en el parque, las frías noches del barrio volvieron a parecer seguras y la intranquilidad solo aparecía originada por una historia de terror que alguno pudiera relatar.

Alguna que otra vez, el tema de los temidos gemelos aparecía en la plática, alguno decía que habían caído presos, otro hasta que les habían asesinado en la cárcel, se decía que ahora vivían en la zona atlántica de donde habían salido, pero nadie aventuraba a mencionar siquiera la posibilidad de estuvieran libres y mucho menos cerca del pueblo. Pero un día empezó a tomar fuerza el rumor de que aunque efectivamente estaban presos en una cárcel de la capital, uno de los dos había sido liberado y que había vuelto al pueblo. No se sabía si andaba asaltando, pero si que estaba cerca.

La inquietud volvió a ser nuestra sombra.

Por esos días el verano hacía las noches más frías, pero al menos no tan húmedas  como para proporcionarnos buenas convocatorias al parque.  Esa noche estábamos al menos quince de nosotros en un gran círculo, vacilando y contando chistes, como acostumbrábamos siempre. Acababa de llegar nuestro amigo Camarasa, uno de los integrantes más antiguos de la barra que no siempre nos acompañaba en nuestras correrías por tener más responsabilidades que nosotros. Hacía pocos días había empezado a trabajar como guarda de seguridad para un banco, y venía de recibir su primer salario en ese empleo con una impecable camisa blanca que utilizaba en su uniforme. De todos nosotros Camarasa era el que la había tenido más difícil en la vida, y quien más había tenido que enfrentarse con infortunios y situaciones violentas que le habían endurecido y convertido en un experto peleador callejero. Estaba acostumbrado al trabajo de campo, y su semblante tosco y agresivo contrastaba con su sonrisa franca y carácter humilde, que disfrutaba montones de la compañía de sus amigos. Todos en general nos sentíamos más seguros cuando estaba cerca este gran aficionado a la lectura y las artes marciales.

Mientras todos reíamos recordando el tremendo desmadre que habíamos armado en la casa de Lechero durante una fiesta de fin de año, vimos que dos figuras salidas de la noche más oscura se acercaron a nuestro grupo. Era uno de los gemelos y otro patán al que llamaban Frichi. El gemelo con su sonrisa de serpiente, llegó saludando a todos en general y diciendo:

-Bueno compitas llegó la hora de la colecta, a ver echen alguito para el gemelo. 

Dio la casualidad que se plantó de primero frente a Camarasa, quien de paso ni siquiera conocía quién era y qué representaba para todos nosotros el siniestro aparecido :

- ¡Vaya a que le eche algo su abuela! , - Vaya busque brete, playito.- Sobra decir que todos quedamos paralizados y expectantes ante la escena. El gemelo le dedicó una sonrisa burlona y despreciativa, plantándose de frente:

- Usted no sabe quien soy yo, ¿Verdad?, No se embarque, primito, yo soy el gemelo  y vengo saliendo de San Sebas, donde dejé acostado un viejo.

Inyectando la mirada de rabia y dando un paso al frente Camarasa de espetó:

- Uy que susto!, jale, jale! quítese de aquí si no quiere que le parta el alma, hijueputa!´- al escuchar esto el gemelo nos volvió a ver a todos con la misma risa burlona y luego se volvió a su compañero y le dijo: 

- Mejor jalemos, que lo que quieren es gorrearnos, pero ya va a ver el gallito si me lo encuentro solo en la calle.- Diciendo esto salieron del grupo, y se alejaron. A unos cincuenta metros de distancia se volvió hacia Camarasa y le volvió a dedicar su sonrisa sarcástica y burlona. Este que no le había quitado la vista de encima, le gritó:

-No hijueputa, no te vamos a gorrear, espéreme y yo sólo lo reviento.- El gemelo se plantó donde estaba y levantó las manos apuntándose las palmas a su cuerpo como diciendo: ¡Venga!

Cuando eso hacía, Camarasa ya caminaba hacia él y todos nosotros, guardando, como siempre la prudencial distancia, le seguíamos, claro, sin manifestar más que el deseo de presenciar la confrontación. Se puede decir que la valentía de los meses pasados, muy convenientemente se nos había disipado y ahora solo esperábamos atestiguar como este emisario del destino al que nuestra buena fortuna había traído esa noche, acabara de una vez con nuestra pesadilla de varios meses.

Al llegar Camarasa frente al gemelo, este rápidamente y decidido a tomar ventaja le lanzó un golpe que, esquivado por nuestro amigo apenas le rozó el hombro. De inmediato, Camarasa que le había desviado el brazo que le lanzó, golpeó con el dorso del puño la cara de su oponentes pero este, en vez de separarse se lanzó a tratar de sujetarle del cuello, hábil maniobra para ponerse en ventaja dada la diferencia de estatura que tenía con su oponente. Ahí notamos que el gemelo en realidad, también era un experimentado peleador, puesto que trataba de hacer la lucha en el suelo donde podría ser más efectivo. Al ver esto confirmamos  que cualquiera de nosotros no hubiera tenido muchas posibilidades de haber tenido los huevos de enfrentarse al asaltante.

Tras varios intentos, el gemelo pudo traerse al suelo a su enorme oponente y pudo inmovilizarlo con una llave. Parecía que por el momento había dominado a Camarasa quien se debatía haciendo acopio de su fuerza y maña para soltarse. De pronto, Camarasa pudo sacar un brazo y en este momento el gemelo supuso lo que le esperaba, por lo que le decía mientras se esforzaba en no soltarle:

-Compa vea que nosotros veníamos tranquilos y desarmados, yo no quería empezar esto!.- 

Cuando nosotros escuchamos esto, supimos que a pesar de lo que en ese momento sucedía, el gemelo estaba perdido. El compañero del gemelo alertado por la situación, se llevó una mano dentro la chaqueta que llevaba puesta y disimuladamente intentó sacar algo de ahí, uno de los nuestros, no sé si fue Bola o Bombero, que estaba junto a él, notó el movimiento y le dijo:

- Vea Frichi, aquí es uno contra uno, nadie de nosotros se ha metido, así que le aconsejo que se esté quedito o si no jugamos bola con usted.- El rufián observó que ahora además de nosotros, el público de la pelea había aumentado bastante contando varios clientes del bar de la esquina y hasta un par de policías que se reían y comentaban. Observó que era muy prudente la indicación recibida y mejor se quedó observando muy preocupado como poco a poco Camarasa se soltaba de la llave, dominaba a su compañero y empezaba a destrozarlo.


Nunca más volvimos a saber nada de los gemelos. Corrieron muchos rumores sobre el tema, que uno murió en la cárcel, que ambos aún están encerrados, que el que sobrevivió se reformó, que les mataron en la zona atlántica. Solo nos quedó la certeza de que después de que se llevaron al gemelo destrozado por la paliza más tremenda que se haya visto en el parque de Paraíso, nunca más se volvió a saber que anduvieran cerca del pueblo. Después de este violento episodio, siempre continuamos siendo los mismos, con nuestras vidas comunes y corrientes, con nuestra afición a las tertulias por la noche en las bancas del parque, con nuestra habilidad para correr en la dirección opuesta a la del conflicto,  y con nuestra buena fortuna de contar con amigos que saben resolver los problemas de una vez y sin que se lo pidan.

jueves, 25 de abril de 2013

LOS GEMELOS (primera parte)



Era casi una obligación, si había noche sin lluvia, dejar todo de lado y salir a dar una vuelta al parque para encontrarse con los camaradas de la barra. En aquellos días de estudiante pobre, no era frecuente tener lo suficiente para ir por un par de cervezas a alguno de los bares de la localidad, por lo que la tertulia se desarrollaba mordisqueando el aire frío y bebiendo alguna repentina llovizna, en las frías bancas de concreto del parque. Uno subía, o bajaba, de acuerdo al barrio donde viviera, y se acercaba a ver a quien encontraba. Si después de dar una vuelta a la cuadra nadie aparecía, uno se sentaba y esperaba al próximo que llegara y lo encontrara para dar inicio a la improvisada reunión que tanto nos hacía falta tener aunque fuera una vez por semana. Siempre fue muy útil ese rato de convivio entre amigos, los chistes y las burlas que nos repartíamos entre todos nos liberaban de las preocupaciones y las frustraciones de un futuro sin sueños ni conquistas a mano. 

Bien valía la pena la caminata de ochocientos metros de ida por los mal iluminados callejones, y aunque se estaba alerta para evitar ser víctima de un hampón, nunca fue preocupación el ser asaltado en el camino. Hasta que aparecieron los gemelos. Los gemelos llegaron a ser el punto cumbre del ambiente de miedo que venía creciendo en el pueblo desde hacía unos cinco o seis años. El lugar había dejado de ser un poblado rural con ayuntamiento, muchos politiqueros y una iglesia católica de mucho poder e influencia, para convertirse en una ciudad periférica con una población duplicada en pocos años y problemas sociales que nunca se imaginaron.

Años atrás una extensa área al oeste del pueblo llamada Los Llanos, donde se proyectaba construir una zona industrial para traer el trabajo de la modernidad al pueblo agricultor, fue invadida por precaristas. La invasión fue patrocinada por el diputado del pueblo en su afán de quedar bien con el gobierno de turno, a cuyo partido deseaba pasarse y dejar atrás al partidito independiente de agricultores que engañadísimos le pusieron en el congreso. Por esta razón la invasión no fue reprimida, sino más bien alentada. En las localidades alrededor de la capital, donde muchos inmigrantes y gente de bajos recursos se amontonaban, existían graves problemas de hacinamiento en precarios creando un caos social muy difícil de solucionar o al menos de ocultar para los gobiernos de la época, por tanto si se pudiera reubicar familias en otros lugares se podría retrasar el estallido de esa bomba de tiempo social, por lo menos mientras terminara el periodo presidencial. Ninguna población deseaba albergar a la gente que provenía de esos anillos de pobreza de la capital, por tanto eran frecuentes en esa época las invasiones como la que sucedió en nuestro pueblo. Cuando los Llanos se poblaron y la zona pasó a llamarse Las Latas, por las precarias viviendas que se hicieron, todo cambió en el pueblo.  Así como llegó gente buena, también llegaron los vendedores de droga, los ladrones  y los asaltantes; y no es que antes no los hubiera, pero los recién llegados, eran mucho más profesionales, violentos y temidos que las ratillas que antes en el pueblo había y que eran por todos conocidos.

Se volvieron más y más frecuentes las historias de asaltos a mano armada, robos a casas y violaciones. Disminuyeron los pleitos a puñetazos en las cantinas, de los que éramos grandes aficionados, claro, como espectadores a una prudencial distancia, porque se temía a los desconocidos que podrían venir armados. La noche del pueblo perdió su quietud, y la población se volvió muy católicamente paranoica. 

De entre todas las historias de asaltos y violaciones, empezaron a calar mucho los asaltos con paliza incluida que venían cometiendo dos hermanos gemelos, habitantes del nuevo caserío. Estos truhanes, supuestamente mitad caribeños y mitad nicas, al parecer habían asesinado a un tipo y le habían cortado las manos, así como corría el rumor de que habían violado de forma brutal a una humilde muchacha que hacía ejercicio una mañana. Sus asaltos eran cada vez más frecuentes y cercanos al área en la que vivíamos. En nuestras tertulias en el parque los chistes y las burlas, dejaban espacio cada vez más para los relatos acerca del riesgo de ser atrapado por los gemelos.

El turno de toparnos con los legendarios bandidos nos llegó una noche cualquiera, cuando los que estábamos en el parque éramos  a lo sumo seis o siete cobardes. Desde que alguno que les conocía les divisó caminando por la misma acera en la que estábamos, y dio muy bajo la voz de alerta y todos quedamos fríos como la banca de concreto que ocupábamos.  Dos sombras idénticas y otra más pequeña y menuda que les seguía, se aproximaban a donde estábamos. Sin que ninguno reaccionara, llegaron saludando los dos gemelos y uno más de sus compas. Los dos tenían un aspecto amenazador, pómulos salientes y ojos achinados y vengadores y una extraña sonrisa que mezclaba desprecio con burla. No recuerdo nada de como era su acompañante, simplemente pasaba desapercibido, a la sombra de la satánica pareja. Después de saludar dijeron que venían para hacer una recolecta y que recordáramos que ellos eran los gemelos. Mientras esto decían de pronto uno de ellos se volvió hacia mí y pidiéndome cien colones, me puso un puñal del tamaño de un cuchillo de cocina en la panza. Con unos reflejos que nunca tuve para jugar fútbol, reaccioné saltando hacia atrás y poniendo tierra de por medio entre yo y el puñal. El grupo se dispersó de inmediato separándose en distintas direcciones, con la misma técnica y probablemente el mismo susto. Todos excepto Miso, que pareció no percatarse de la situación, se quedó quieto y los gemelos le sujetaron un brazo y le amenazaron con el puñal. Le quitaron el dinero que tenía y su reloj de pulsera, luego se fueron caminando como llegaron. Después de que se fueron el grupo se volvió a juntar alrededor de Miso, quien aunque estaba pálido como cadáver estaba tranquilo pero muy enojado esperándonos sentado en la banca del parque. Sin comentar mucho lo sucedido, decidimos regresar a nuestras casas. Recuerdo que el trayecto de regreso fue el más largo y lejano que haya recorrido en aquellos días. En cada esquina pensaba que podía ser emboscado y asaltado por los antisociales. El hielo frío del miedo, al que apenas habíamos visto de lejos, ya se nos había metido en las venas.

jueves, 18 de abril de 2013

La princesa, el enano y las joyas de las tripas de Satán


La princesa del tequila hizo su aparición
como preámbulo al cataclismo que seguía
la última mirada al amanecer que partía
y sostuvo una lágrima de desesperación.

El enano de fuego que muy malhumorado
con piedras y trozos de árbol podía interpretar 
una marcha como un vals sin perder lo militar
y se moría triste y con el esófago astillado.

Las joyas de las tripas de Satán
perdieron su perspectiva milenaria
cuando miraron su vida embrionaria
y reclamaron más de lo que ellas dan.

martes, 16 de abril de 2013

Una vacuna contra lo inesperado


Jaime pretendía tener todo bajo control y planificado en su vida. Para él, era inadmisible  la improvisación; y las circunstancias no calculadas o premeditadas le llenaban de un pánico apremiante que le aflojaba las rodillas. Durante su vida adulta se estructuró de manera de no fallar a ningún horario ni compromiso, y estableció cuadros y diagramas de flujo para todo lo que debía hacer, desde estudiar y graduarse como ingeniero, hasta casarse y evitar tener hijos. Todo lo programó y lo planeó tan bien, que decidió programar su propia muerte. Para esto hizo un plan mediante el cual, con el consumo programado de coca cola en grandes cantidades, en exactamente nueve meses se le diagnosticaría un cáncer de estómago tan complicado que le mataría en dos semanas. Hizo los preparativos financieros y logísticos para su funeral que sería el veintiocho de diciembre, y su entierro en el lote número ochocientos quince del cementerio local. Con todo esto planificado en cuadros y algoritmos, se presentó a la consulta médica el día calculado. Para escuchar el dictamen previsto, preparó un semblante estoico previamente ensayado para las fotografías de su obituario, muy propio de un ser ecuánime e impasible. Cuando su médico le miró por encima de sus anteojos de montura gruesa, sonriente y le dijo que tenía una salud de hierro, que estaba tan sano como un muchacho de quince años, su quijada se aflojó y sus piernas  perdieron toda fuerza. La mueca ensayada no le salió, y ocultando su furia agradeció cortésmente al galeno y se retiró presuroso. Fue ese mismo día, para no perderse en el cronograma, a otro médico, luego a otro y luego a otro más. Siempre el mismo resultado que echó por los suelos el objetivo de su vida: su muerte. Nueve meses de auto envenenamiento, y no logró lo planeado. Al final derrotado por lo inesperado, lo que no pudo preveer, su vida ya no tenía sentido.
Después de eso dejó todo. Su trabajo, su mujer, su casa, su profesión, sus cronogramas, sus diagramas de flujo, sus rotafolios, sus esquemas. 
Consiguió trabajo en un circo limpiando y alimentando a las fieras, y ahora está aprendiendo a conducir motocicleta para ocupar el puesto del acróbata motociclista que ya no se puede mover después de lo acontecido con la triste combinación entre una rampa floja y un motor desajustado. 

lunes, 21 de enero de 2013

incontinencia festival



Orines. El olor a la orina humana es la primera sensación no visual que se percibe al llegar al campo ferial de las popularísimas fiestas del cantón de Palmares. Con solo descender del vehículo y estar a no menos de dos metros de cualquier tapia, pared, pedestal, orilla de propiedad, árbol o cualquier elemento que se presente vertical, perpendicular al suelo y que permanezca en el mismo sitio durante al menos cinco minutos, se percibirá el característico tufo del fermento del desecho de las ingentes cantidades de cerveza, que con montacargas no dejan de ingresar a los locales que las expenden y que ensanchan cada vez más la fortuna de uno de los dueños del país. 
El líquido omnipresente aparece en todo lugar como mancha en las aceras, como rastros de antigua escorrentía en los caños, como letreros en orinales de alquiler donde se cobran trescientos colones por depositarlos en privado, y por las filas de vejigas femeninas urgidas que les preceden. Además los negocios de alquiler de servicios sanitarios se beneficiaron por la gran cantidad de efectivos de la policía que se han encargado de llamar la atención a los meones que marcan territorio en las aceras, así como a los que toman licor en las vías públicas y los que fuman en los recintos de espectáculos. Así se pueden ver grupos de no menos de cuatro efectivos con chaleco antibalas y bastón de reglamento, encargándose de controlar las más básicas normas de cortesía a los fiesteros. Lo que no lograron los padres de familia y la educación básica, que lo enseñe la policía. Ya sé por donde vas doña Laura, y ya veo como ocupás el exceso de planilla que has contratado para las fuerzas policiales para reprimir las sublevaciones del pueblo pensante.
A pesar de tanta orina, las fiestas de Palmares sirven para responder muchas preguntas como porqué tanta deserción estudiantil? porque no es negocio en nuestro país vender libros?, porqué sería dificilísimo para un violonchelista encontrar trabajo? y sobre todo porqué seguirá ganando elecciones el partido liberación nacional. Y es que sobre todo este año, viene a la mente el hecho de que todos los que aquí están orinando, vomitando, embriagándose, exhibiéndose, imitando a brayan ganosa, levantándose las tetas, usando sombrero de vaquero, todos tendrán que decidir si el próximo presidente de la república será alguien como ellos, alguien de este cantón, alguien que no ha faltado nunca al tope de su pueblo donde desfila sobre su corcel ante la plebe que le vitorea y le grita: -Johny presidente!
En el concierto gratuito, infestado de las más variopinta población de veinteañeros y menores colados, un conjunto musical mediocre y desafinado, era muy apoyado por sus letras de doble sentido por el culto público que las captaba de inmediato y coreaban: - Sucia!, Perra!, al unísono completando las frases del cantante. Durante este evento tuve la oportunidad de contemplar como el líquido vital de las fiestas se hacía de nuevo presente: una muchachita se desmayó por deshidratación o exceso de hidratación con cerveza y mientras uno de sus compañeros la sujetaba para que no cayera, un chorro de orines salía a través de su short mojando sus piernas, sus zapatos, el polvo y unas latas vacías que habían bajo ella. Unos segundos después en medio de la confusión de sus acompañantes se podía ver a uno de los recolectores de latas vacías recogiendo las latas mojadas y llevándolas a su saco de reciclaje. Los chamacos que estaban con la desmayada no lograban hacerla volver en sí, aunque tampoco querían dejar su lugar en la pelota para llevarla al puesto de la cruz roja. Lo hicieron hasta que fueron obligados por dos policías que se acercaron a indagar y solo eso hicieron. Entre los dos compañeros de farra la  tomaron y la cargaron como un incómodo fardo con el único cuidado de no untarse ellos de orines. La pobre chica tal vez no vaya a tener el mal recuerdo de su transporte al puesto de emergencias con las tetas al aire, por descuido de su desconsiderado amigo, porque iba inconsciente.