jueves, 13 de mayo de 2021

LA GUERRA CONTRA LAS MÁQUINAS ESTÁ SUCEDIENDO (y ya vamos perdiendo)

 

 


Imagine los siguientes tres escenarios:

1.     El interior de un autobús a mitad de su capacidad de pasajeros.

2.     La fila en alguna institución para realizar cualquier trámite.

3.     Un restaurante con todas sus mesas ocupadas.

En los tres lugares, hay un grupo de gente con diversidad de características de personalidad, educación y nivel socioeconómico (bueno, aunque esto, en nuestra sociedad cada vez más desigual, no es tan cierto, pero ignoremos esta imprecisión). Todos están en ese lugar para hacer algo: desplazarse de un lugar a otro, realizar un trámite o alimentarse. Pero mientras se lleva a cabo el objetivo por el que están ahí, deben esperar. ¿Qué hacen mientras esperan? ¿Conversan con sus vecinos o acompañantes? ¿Leen un libro o el periódico? ¿Observan su entorno o reflexionan sobre sus asuntos más íntimos, buscando la solución para algún problema o simplemente divagan sobre algo? ¿O tal vez conectan toda su atención a una protointeligencia superior que les distrae mientras les vuelve adictos a estímulos audiovisuales, a la vez que absorbe y comercia sus datos personales disminuyendo de paso su capacidad de atención, concentración y creatividad?

Es correcto, esta última opción es la ganadora: están usando sus teléfonos inteligentes (siempre me llamó la atención la frase, ¨smartphones¨ ¡smarter than you!) y pierden todo contacto con el mundo real  a su alrededor. En ese momento en que usted se los imagina, sentados en el bus, en la fila del seguro o esperando su orden, permanecen en el limbo al que fueron transportados por los algoritmos de las redes sociales. Pierden la noción del tiempo y del espacio y concentran toda su atención en ese pequeño y caro espejito negro que les conecta, según ellos, al resto del planeta, mientras les separa de la realidad en la que se ubican. 



Estas redes sociales fueron creadas por multimillonarios multicodiciosos que trafican con sus datos y la gente los confunde con grandes genios pero en su gran mayoría no son más que ricachuelos que invirtieron de forma ingeniosa las herencias de sus papás. Encontraron, o a veces compraron, aplicaciones que podrían ser exitosas y les dieron un empuje y proyección global corporativa. Tal vez sus intenciones no eran las de típicos supervillanos, como podríamos suponer los aficionados a los comics; sino únicamente querían continuar con la tradición familiar de pertenecer al 1% y ser más exitosos que papi o mami. Pero en algún punto la industria de las redes sociales se les escapó de las manos hasta convertirse en un pozo petrolero cuyo principal yacimiento explotado por las corporaciones digitales es la mente humana. Muchos de los desarrolladores de los algoritmos originales de varias redes sociales, al contemplar el daño que está provocando en muchos ámbitos la adicción a las redes, han manifestado su arrepentimiento y se han retirado de sus beneficiosos negocios. Tal vez su afán por el conocimiento llegó hasta el tope en que su ética les trazó una línea de no pasar, y abandonaron. Pero sus patronos les sustituyeron por empleados que a fuerza de codicia, superaron esa línea. 


 

Si reflexionamos sobre cómo el ser humano ha llegado a ser la bestia dominante de este planeta, encontrarémos la clave de lo preocupante de la situación antes descrita. Tomemos por ejemplo, a un perro y a un humano desnudo abandonados varios kilómetros bosque adentro en algún parque nacional, el que tendría más posibilidades de sobrevivir, sin duda sería el perro. Con esto señalo que no fue un cerebro evolucionado el que llevó al humano a dominar a las demás especies.  Además de su habilidad y capacidad de usar herramientas, y de su inventiva y curiosidad, fue muy importante para su sobrevivencia en un medio hostil, su capacidad de comunicarse y organizarse para cooperar en busca de un objetivo común para su comunidad. Así pudieron cazar bestias cada vez más grandes y poderosas y así también pudieron desplazarse por el mundo y poblarlo. El poderío del humano residió siempre en su capacidad de organizarse y cooperar por objetivos comunes. 



Por esto, la fuerza de la humanidad puede empezar a quebrarse cuando todas sus mentes se separen de su realidad al correr tras objetivos ficticios implantados por algo ajeno a sus comunidades. Enajenados así, los humanos ya no serán capaces de organizarse y enfrentar a las más inminentes amenazas. Si en este punto nos moviéramos al campo de un tema tan frecuente en la ciencia ficción como lo es la dominación del hombre por parte de las máquinas, nos daríamos cuenta que tal vez hemos llegado a permitir la existencia de una de las más recurrentes pesadillas de la imaginación de escritores y guionistas.