sábado, 27 de abril de 2013

LOS GEMELOS (segunda parte)


Para una persona normal, con su complexión, el cansancio a estas alturas debería minar su habilidad y fuerza al asestar cada golpe. Pero con la rabia a flor de piel, con la espuma en la boca y con el olor a la sangre de su oponente muy adentro de la nariz, el cansancio no se atrevía a aparecer. La sola noción de su camisa blanca, la mejor de las pocas que tenía, rota y salpicada de sangre; y el imaginar a su madre haciendo acopio de su desgastada vista tratando de pegar de nuevo los botones, le inyectaba la furia  desbordante con que los puños se estrellaban contra el hueso de la cara del gemelo, aplastando los tejidos de piel y músculo que habían en medio convirtiéndolos en una carne molida en vivo, que pronto se hincharía hasta reventar. Golpeaba y golpeaba sin detenerse, y la sangre de ambos se mezclaba en sus nudillos rotos por los filos de los dientes quebrados de su oponente. Cuando sus puños hinchados empezaron a resentirle, cambió de arma. Aún sujetando los brazos del fiambre, con las rodillas, se acercó sus puños aún herméticamente cerrados a la cara y continuó golpeándole la cabeza con los codos terminando de convertir las orejas del gemelo en masas informes y sangrantes parecidas a una coliflor. 

Hacía un minuto que las piernas del vencido, que antes trataban de dar rodillazos  a la espalda del verdugo que tenía sentado en su pecho, yacían inmóviles como troncos talados.  A todos nos invadió la inquietud de que pudiera estar muerto, pero nadie se atrevía a acercarse a tranquilizar y separar al toro colérico en que Camarasa se había convertido. De pronto, se detuvo, dejó caer sus brazos y resopló entre babas y sangre.  Comprendimos que era el momento, y nos aproximamos precavidos, mientras Chiki le decía:

- Primo, ya estuvo bueno, tranquilizate guebón.- y mientras le ayudaba a levantarse, - vamos a mi casa para prestarte una camisa. 

Camarasa que dócil y jadeante ya se había separado dos metros del casi cadáver, al escuchar la mención a la prenda, se soltó del abrazo de su amigo y volvió a reventar de una patada las costillas de su yaciente víctima.


Pasar de la noción de terror que nos provocaban los gemelos, a esta euforia de violenta victoria ajena, nos tomó varios largos y extraños meses.

El desasosiego del que fuimos presa todos los de la barra, nos tuvo en alerta constante como conejos que corren por la noche en medio del monte. Tanto los que fuimos víctimas de aquel asalto en el parque, como los que no estaban, y que puestos al tanto por las acostumbradamente exageradas descripciones de Chiki, caminábamos aterrados por las nocturnas calles del barrio. Aún sin que la mayoría conociera de vista a los famosos gemelos, empezamos a planear una arriesgada y aventurada venganza, para poder volver a tomar el parque y andar por las calles con la despreocupación de antes. Decidimos armarnos y darles una lección a los maleantes. A partir de ahí en las construcciones de nuestros barrios se empezaron a perder pedazos de reglas, alfajillas y varillas de tres octavos y de media. Debajo del poyo en el que nos sentábamos se podía ver tanto desecho de formaleta y varilla, que una vez nos preguntaron que si íbamos a hacer una carne a la parrilla,

- Si -recuerdo que les contesté, - y con carne de gemelo.- Al momento me arrepentí de mi arriesgada y temeraria afirmación, puesto que estaba tan seguro de que si los gemelos aparecieran por ahí de nuevo no me tomaría ni un segundo en recoger mi varilla, y apostaría toda mi suerte a las tenis para correr, que hace tiempo no me quitaba. Y es que lo cierto era que en grupo todos nos sentíamos en capacidad de enfrentar a los asaltantes, pero cuando cada uno se dirigía a su casa parecía como si todos entrenáramos para una maratón, todos trotando hacia los diferentes barrios. 

Empezamos a recorrer los barrios, llevando nuestras improvisadas armas, ansiosos de encontrarnos a los famosos asaltantes y molerlos a palos. En un par de ocasiones nos topamos con grupos de tres o cuatro maleantuchos, que al vernos avanzar se daban vuelta y regresaban por donde venían; una vez, les perseguimos por una cuadra solo por divertirnos, pero sin intención de machacarlos. Creo que en el fondo de cada uno, estaba el ruego incesante y callado de no encontrarnos con nuestros enemigos. Tanto era que les temíamos.

Parecía que la noticia de que existía un grupo de justicieros callejeros que quería la cabeza de los gemelos, se corrió un tanto exagerada por el pueblo, porque aquellos desaparecieron tal y como habían llegado. No se sabía que ocurrió con ellos, probablemente se trasladaron a otro pueblo, o se fueron a la capital para ampliar su coto de caza. Muy probablemente, ni siquiera se enteraron de que un grupo de mequetrefes les querían dar caza, tal vez solo se escondían de la ley, por ser sospechosos del asesinato de un drogadicto que cuidaba carros en un restaurante de las afueras del pueblo. Aunque todos teníamos noción de que en definitiva no fue por nuestras amenazas que se fueron, dentro de cada uno queríamos convencernos de que fue nuestro equipo de cacería de maleantes, el que les obligó a buscar otro lugar para sus correrías. Entonces las cosas volvieron a la normalidad. Los palos y las varillas, dejaron de acompañarnos en nuestras tertulias en el parque, las frías noches del barrio volvieron a parecer seguras y la intranquilidad solo aparecía originada por una historia de terror que alguno pudiera relatar.

Alguna que otra vez, el tema de los temidos gemelos aparecía en la plática, alguno decía que habían caído presos, otro hasta que les habían asesinado en la cárcel, se decía que ahora vivían en la zona atlántica de donde habían salido, pero nadie aventuraba a mencionar siquiera la posibilidad de estuvieran libres y mucho menos cerca del pueblo. Pero un día empezó a tomar fuerza el rumor de que aunque efectivamente estaban presos en una cárcel de la capital, uno de los dos había sido liberado y que había vuelto al pueblo. No se sabía si andaba asaltando, pero si que estaba cerca.

La inquietud volvió a ser nuestra sombra.

Por esos días el verano hacía las noches más frías, pero al menos no tan húmedas  como para proporcionarnos buenas convocatorias al parque.  Esa noche estábamos al menos quince de nosotros en un gran círculo, vacilando y contando chistes, como acostumbrábamos siempre. Acababa de llegar nuestro amigo Camarasa, uno de los integrantes más antiguos de la barra que no siempre nos acompañaba en nuestras correrías por tener más responsabilidades que nosotros. Hacía pocos días había empezado a trabajar como guarda de seguridad para un banco, y venía de recibir su primer salario en ese empleo con una impecable camisa blanca que utilizaba en su uniforme. De todos nosotros Camarasa era el que la había tenido más difícil en la vida, y quien más había tenido que enfrentarse con infortunios y situaciones violentas que le habían endurecido y convertido en un experto peleador callejero. Estaba acostumbrado al trabajo de campo, y su semblante tosco y agresivo contrastaba con su sonrisa franca y carácter humilde, que disfrutaba montones de la compañía de sus amigos. Todos en general nos sentíamos más seguros cuando estaba cerca este gran aficionado a la lectura y las artes marciales.

Mientras todos reíamos recordando el tremendo desmadre que habíamos armado en la casa de Lechero durante una fiesta de fin de año, vimos que dos figuras salidas de la noche más oscura se acercaron a nuestro grupo. Era uno de los gemelos y otro patán al que llamaban Frichi. El gemelo con su sonrisa de serpiente, llegó saludando a todos en general y diciendo:

-Bueno compitas llegó la hora de la colecta, a ver echen alguito para el gemelo. 

Dio la casualidad que se plantó de primero frente a Camarasa, quien de paso ni siquiera conocía quién era y qué representaba para todos nosotros el siniestro aparecido :

- ¡Vaya a que le eche algo su abuela! , - Vaya busque brete, playito.- Sobra decir que todos quedamos paralizados y expectantes ante la escena. El gemelo le dedicó una sonrisa burlona y despreciativa, plantándose de frente:

- Usted no sabe quien soy yo, ¿Verdad?, No se embarque, primito, yo soy el gemelo  y vengo saliendo de San Sebas, donde dejé acostado un viejo.

Inyectando la mirada de rabia y dando un paso al frente Camarasa de espetó:

- Uy que susto!, jale, jale! quítese de aquí si no quiere que le parta el alma, hijueputa!´- al escuchar esto el gemelo nos volvió a ver a todos con la misma risa burlona y luego se volvió a su compañero y le dijo: 

- Mejor jalemos, que lo que quieren es gorrearnos, pero ya va a ver el gallito si me lo encuentro solo en la calle.- Diciendo esto salieron del grupo, y se alejaron. A unos cincuenta metros de distancia se volvió hacia Camarasa y le volvió a dedicar su sonrisa sarcástica y burlona. Este que no le había quitado la vista de encima, le gritó:

-No hijueputa, no te vamos a gorrear, espéreme y yo sólo lo reviento.- El gemelo se plantó donde estaba y levantó las manos apuntándose las palmas a su cuerpo como diciendo: ¡Venga!

Cuando eso hacía, Camarasa ya caminaba hacia él y todos nosotros, guardando, como siempre la prudencial distancia, le seguíamos, claro, sin manifestar más que el deseo de presenciar la confrontación. Se puede decir que la valentía de los meses pasados, muy convenientemente se nos había disipado y ahora solo esperábamos atestiguar como este emisario del destino al que nuestra buena fortuna había traído esa noche, acabara de una vez con nuestra pesadilla de varios meses.

Al llegar Camarasa frente al gemelo, este rápidamente y decidido a tomar ventaja le lanzó un golpe que, esquivado por nuestro amigo apenas le rozó el hombro. De inmediato, Camarasa que le había desviado el brazo que le lanzó, golpeó con el dorso del puño la cara de su oponentes pero este, en vez de separarse se lanzó a tratar de sujetarle del cuello, hábil maniobra para ponerse en ventaja dada la diferencia de estatura que tenía con su oponente. Ahí notamos que el gemelo en realidad, también era un experimentado peleador, puesto que trataba de hacer la lucha en el suelo donde podría ser más efectivo. Al ver esto confirmamos  que cualquiera de nosotros no hubiera tenido muchas posibilidades de haber tenido los huevos de enfrentarse al asaltante.

Tras varios intentos, el gemelo pudo traerse al suelo a su enorme oponente y pudo inmovilizarlo con una llave. Parecía que por el momento había dominado a Camarasa quien se debatía haciendo acopio de su fuerza y maña para soltarse. De pronto, Camarasa pudo sacar un brazo y en este momento el gemelo supuso lo que le esperaba, por lo que le decía mientras se esforzaba en no soltarle:

-Compa vea que nosotros veníamos tranquilos y desarmados, yo no quería empezar esto!.- 

Cuando nosotros escuchamos esto, supimos que a pesar de lo que en ese momento sucedía, el gemelo estaba perdido. El compañero del gemelo alertado por la situación, se llevó una mano dentro la chaqueta que llevaba puesta y disimuladamente intentó sacar algo de ahí, uno de los nuestros, no sé si fue Bola o Bombero, que estaba junto a él, notó el movimiento y le dijo:

- Vea Frichi, aquí es uno contra uno, nadie de nosotros se ha metido, así que le aconsejo que se esté quedito o si no jugamos bola con usted.- El rufián observó que ahora además de nosotros, el público de la pelea había aumentado bastante contando varios clientes del bar de la esquina y hasta un par de policías que se reían y comentaban. Observó que era muy prudente la indicación recibida y mejor se quedó observando muy preocupado como poco a poco Camarasa se soltaba de la llave, dominaba a su compañero y empezaba a destrozarlo.


Nunca más volvimos a saber nada de los gemelos. Corrieron muchos rumores sobre el tema, que uno murió en la cárcel, que ambos aún están encerrados, que el que sobrevivió se reformó, que les mataron en la zona atlántica. Solo nos quedó la certeza de que después de que se llevaron al gemelo destrozado por la paliza más tremenda que se haya visto en el parque de Paraíso, nunca más se volvió a saber que anduvieran cerca del pueblo. Después de este violento episodio, siempre continuamos siendo los mismos, con nuestras vidas comunes y corrientes, con nuestra afición a las tertulias por la noche en las bancas del parque, con nuestra habilidad para correr en la dirección opuesta a la del conflicto,  y con nuestra buena fortuna de contar con amigos que saben resolver los problemas de una vez y sin que se lo pidan.

jueves, 25 de abril de 2013

LOS GEMELOS (primera parte)



Era casi una obligación, si había noche sin lluvia, dejar todo de lado y salir a dar una vuelta al parque para encontrarse con los camaradas de la barra. En aquellos días de estudiante pobre, no era frecuente tener lo suficiente para ir por un par de cervezas a alguno de los bares de la localidad, por lo que la tertulia se desarrollaba mordisqueando el aire frío y bebiendo alguna repentina llovizna, en las frías bancas de concreto del parque. Uno subía, o bajaba, de acuerdo al barrio donde viviera, y se acercaba a ver a quien encontraba. Si después de dar una vuelta a la cuadra nadie aparecía, uno se sentaba y esperaba al próximo que llegara y lo encontrara para dar inicio a la improvisada reunión que tanto nos hacía falta tener aunque fuera una vez por semana. Siempre fue muy útil ese rato de convivio entre amigos, los chistes y las burlas que nos repartíamos entre todos nos liberaban de las preocupaciones y las frustraciones de un futuro sin sueños ni conquistas a mano. 

Bien valía la pena la caminata de ochocientos metros de ida por los mal iluminados callejones, y aunque se estaba alerta para evitar ser víctima de un hampón, nunca fue preocupación el ser asaltado en el camino. Hasta que aparecieron los gemelos. Los gemelos llegaron a ser el punto cumbre del ambiente de miedo que venía creciendo en el pueblo desde hacía unos cinco o seis años. El lugar había dejado de ser un poblado rural con ayuntamiento, muchos politiqueros y una iglesia católica de mucho poder e influencia, para convertirse en una ciudad periférica con una población duplicada en pocos años y problemas sociales que nunca se imaginaron.

Años atrás una extensa área al oeste del pueblo llamada Los Llanos, donde se proyectaba construir una zona industrial para traer el trabajo de la modernidad al pueblo agricultor, fue invadida por precaristas. La invasión fue patrocinada por el diputado del pueblo en su afán de quedar bien con el gobierno de turno, a cuyo partido deseaba pasarse y dejar atrás al partidito independiente de agricultores que engañadísimos le pusieron en el congreso. Por esta razón la invasión no fue reprimida, sino más bien alentada. En las localidades alrededor de la capital, donde muchos inmigrantes y gente de bajos recursos se amontonaban, existían graves problemas de hacinamiento en precarios creando un caos social muy difícil de solucionar o al menos de ocultar para los gobiernos de la época, por tanto si se pudiera reubicar familias en otros lugares se podría retrasar el estallido de esa bomba de tiempo social, por lo menos mientras terminara el periodo presidencial. Ninguna población deseaba albergar a la gente que provenía de esos anillos de pobreza de la capital, por tanto eran frecuentes en esa época las invasiones como la que sucedió en nuestro pueblo. Cuando los Llanos se poblaron y la zona pasó a llamarse Las Latas, por las precarias viviendas que se hicieron, todo cambió en el pueblo.  Así como llegó gente buena, también llegaron los vendedores de droga, los ladrones  y los asaltantes; y no es que antes no los hubiera, pero los recién llegados, eran mucho más profesionales, violentos y temidos que las ratillas que antes en el pueblo había y que eran por todos conocidos.

Se volvieron más y más frecuentes las historias de asaltos a mano armada, robos a casas y violaciones. Disminuyeron los pleitos a puñetazos en las cantinas, de los que éramos grandes aficionados, claro, como espectadores a una prudencial distancia, porque se temía a los desconocidos que podrían venir armados. La noche del pueblo perdió su quietud, y la población se volvió muy católicamente paranoica. 

De entre todas las historias de asaltos y violaciones, empezaron a calar mucho los asaltos con paliza incluida que venían cometiendo dos hermanos gemelos, habitantes del nuevo caserío. Estos truhanes, supuestamente mitad caribeños y mitad nicas, al parecer habían asesinado a un tipo y le habían cortado las manos, así como corría el rumor de que habían violado de forma brutal a una humilde muchacha que hacía ejercicio una mañana. Sus asaltos eran cada vez más frecuentes y cercanos al área en la que vivíamos. En nuestras tertulias en el parque los chistes y las burlas, dejaban espacio cada vez más para los relatos acerca del riesgo de ser atrapado por los gemelos.

El turno de toparnos con los legendarios bandidos nos llegó una noche cualquiera, cuando los que estábamos en el parque éramos  a lo sumo seis o siete cobardes. Desde que alguno que les conocía les divisó caminando por la misma acera en la que estábamos, y dio muy bajo la voz de alerta y todos quedamos fríos como la banca de concreto que ocupábamos.  Dos sombras idénticas y otra más pequeña y menuda que les seguía, se aproximaban a donde estábamos. Sin que ninguno reaccionara, llegaron saludando los dos gemelos y uno más de sus compas. Los dos tenían un aspecto amenazador, pómulos salientes y ojos achinados y vengadores y una extraña sonrisa que mezclaba desprecio con burla. No recuerdo nada de como era su acompañante, simplemente pasaba desapercibido, a la sombra de la satánica pareja. Después de saludar dijeron que venían para hacer una recolecta y que recordáramos que ellos eran los gemelos. Mientras esto decían de pronto uno de ellos se volvió hacia mí y pidiéndome cien colones, me puso un puñal del tamaño de un cuchillo de cocina en la panza. Con unos reflejos que nunca tuve para jugar fútbol, reaccioné saltando hacia atrás y poniendo tierra de por medio entre yo y el puñal. El grupo se dispersó de inmediato separándose en distintas direcciones, con la misma técnica y probablemente el mismo susto. Todos excepto Miso, que pareció no percatarse de la situación, se quedó quieto y los gemelos le sujetaron un brazo y le amenazaron con el puñal. Le quitaron el dinero que tenía y su reloj de pulsera, luego se fueron caminando como llegaron. Después de que se fueron el grupo se volvió a juntar alrededor de Miso, quien aunque estaba pálido como cadáver estaba tranquilo pero muy enojado esperándonos sentado en la banca del parque. Sin comentar mucho lo sucedido, decidimos regresar a nuestras casas. Recuerdo que el trayecto de regreso fue el más largo y lejano que haya recorrido en aquellos días. En cada esquina pensaba que podía ser emboscado y asaltado por los antisociales. El hielo frío del miedo, al que apenas habíamos visto de lejos, ya se nos había metido en las venas.

jueves, 18 de abril de 2013

La princesa, el enano y las joyas de las tripas de Satán


La princesa del tequila hizo su aparición
como preámbulo al cataclismo que seguía
la última mirada al amanecer que partía
y sostuvo una lágrima de desesperación.

El enano de fuego que muy malhumorado
con piedras y trozos de árbol podía interpretar 
una marcha como un vals sin perder lo militar
y se moría triste y con el esófago astillado.

Las joyas de las tripas de Satán
perdieron su perspectiva milenaria
cuando miraron su vida embrionaria
y reclamaron más de lo que ellas dan.

martes, 16 de abril de 2013

Una vacuna contra lo inesperado


Jaime pretendía tener todo bajo control y planificado en su vida. Para él, era inadmisible  la improvisación; y las circunstancias no calculadas o premeditadas le llenaban de un pánico apremiante que le aflojaba las rodillas. Durante su vida adulta se estructuró de manera de no fallar a ningún horario ni compromiso, y estableció cuadros y diagramas de flujo para todo lo que debía hacer, desde estudiar y graduarse como ingeniero, hasta casarse y evitar tener hijos. Todo lo programó y lo planeó tan bien, que decidió programar su propia muerte. Para esto hizo un plan mediante el cual, con el consumo programado de coca cola en grandes cantidades, en exactamente nueve meses se le diagnosticaría un cáncer de estómago tan complicado que le mataría en dos semanas. Hizo los preparativos financieros y logísticos para su funeral que sería el veintiocho de diciembre, y su entierro en el lote número ochocientos quince del cementerio local. Con todo esto planificado en cuadros y algoritmos, se presentó a la consulta médica el día calculado. Para escuchar el dictamen previsto, preparó un semblante estoico previamente ensayado para las fotografías de su obituario, muy propio de un ser ecuánime e impasible. Cuando su médico le miró por encima de sus anteojos de montura gruesa, sonriente y le dijo que tenía una salud de hierro, que estaba tan sano como un muchacho de quince años, su quijada se aflojó y sus piernas  perdieron toda fuerza. La mueca ensayada no le salió, y ocultando su furia agradeció cortésmente al galeno y se retiró presuroso. Fue ese mismo día, para no perderse en el cronograma, a otro médico, luego a otro y luego a otro más. Siempre el mismo resultado que echó por los suelos el objetivo de su vida: su muerte. Nueve meses de auto envenenamiento, y no logró lo planeado. Al final derrotado por lo inesperado, lo que no pudo preveer, su vida ya no tenía sentido.
Después de eso dejó todo. Su trabajo, su mujer, su casa, su profesión, sus cronogramas, sus diagramas de flujo, sus rotafolios, sus esquemas. 
Consiguió trabajo en un circo limpiando y alimentando a las fieras, y ahora está aprendiendo a conducir motocicleta para ocupar el puesto del acróbata motociclista que ya no se puede mover después de lo acontecido con la triste combinación entre una rampa floja y un motor desajustado.