martes, 16 de abril de 2013

Una vacuna contra lo inesperado


Jaime pretendía tener todo bajo control y planificado en su vida. Para él, era inadmisible  la improvisación; y las circunstancias no calculadas o premeditadas le llenaban de un pánico apremiante que le aflojaba las rodillas. Durante su vida adulta se estructuró de manera de no fallar a ningún horario ni compromiso, y estableció cuadros y diagramas de flujo para todo lo que debía hacer, desde estudiar y graduarse como ingeniero, hasta casarse y evitar tener hijos. Todo lo programó y lo planeó tan bien, que decidió programar su propia muerte. Para esto hizo un plan mediante el cual, con el consumo programado de coca cola en grandes cantidades, en exactamente nueve meses se le diagnosticaría un cáncer de estómago tan complicado que le mataría en dos semanas. Hizo los preparativos financieros y logísticos para su funeral que sería el veintiocho de diciembre, y su entierro en el lote número ochocientos quince del cementerio local. Con todo esto planificado en cuadros y algoritmos, se presentó a la consulta médica el día calculado. Para escuchar el dictamen previsto, preparó un semblante estoico previamente ensayado para las fotografías de su obituario, muy propio de un ser ecuánime e impasible. Cuando su médico le miró por encima de sus anteojos de montura gruesa, sonriente y le dijo que tenía una salud de hierro, que estaba tan sano como un muchacho de quince años, su quijada se aflojó y sus piernas  perdieron toda fuerza. La mueca ensayada no le salió, y ocultando su furia agradeció cortésmente al galeno y se retiró presuroso. Fue ese mismo día, para no perderse en el cronograma, a otro médico, luego a otro y luego a otro más. Siempre el mismo resultado que echó por los suelos el objetivo de su vida: su muerte. Nueve meses de auto envenenamiento, y no logró lo planeado. Al final derrotado por lo inesperado, lo que no pudo preveer, su vida ya no tenía sentido.
Después de eso dejó todo. Su trabajo, su mujer, su casa, su profesión, sus cronogramas, sus diagramas de flujo, sus rotafolios, sus esquemas. 
Consiguió trabajo en un circo limpiando y alimentando a las fieras, y ahora está aprendiendo a conducir motocicleta para ocupar el puesto del acróbata motociclista que ya no se puede mover después de lo acontecido con la triste combinación entre una rampa floja y un motor desajustado. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario