jueves, 25 de abril de 2013

LOS GEMELOS (primera parte)



Era casi una obligación, si había noche sin lluvia, dejar todo de lado y salir a dar una vuelta al parque para encontrarse con los camaradas de la barra. En aquellos días de estudiante pobre, no era frecuente tener lo suficiente para ir por un par de cervezas a alguno de los bares de la localidad, por lo que la tertulia se desarrollaba mordisqueando el aire frío y bebiendo alguna repentina llovizna, en las frías bancas de concreto del parque. Uno subía, o bajaba, de acuerdo al barrio donde viviera, y se acercaba a ver a quien encontraba. Si después de dar una vuelta a la cuadra nadie aparecía, uno se sentaba y esperaba al próximo que llegara y lo encontrara para dar inicio a la improvisada reunión que tanto nos hacía falta tener aunque fuera una vez por semana. Siempre fue muy útil ese rato de convivio entre amigos, los chistes y las burlas que nos repartíamos entre todos nos liberaban de las preocupaciones y las frustraciones de un futuro sin sueños ni conquistas a mano. 

Bien valía la pena la caminata de ochocientos metros de ida por los mal iluminados callejones, y aunque se estaba alerta para evitar ser víctima de un hampón, nunca fue preocupación el ser asaltado en el camino. Hasta que aparecieron los gemelos. Los gemelos llegaron a ser el punto cumbre del ambiente de miedo que venía creciendo en el pueblo desde hacía unos cinco o seis años. El lugar había dejado de ser un poblado rural con ayuntamiento, muchos politiqueros y una iglesia católica de mucho poder e influencia, para convertirse en una ciudad periférica con una población duplicada en pocos años y problemas sociales que nunca se imaginaron.

Años atrás una extensa área al oeste del pueblo llamada Los Llanos, donde se proyectaba construir una zona industrial para traer el trabajo de la modernidad al pueblo agricultor, fue invadida por precaristas. La invasión fue patrocinada por el diputado del pueblo en su afán de quedar bien con el gobierno de turno, a cuyo partido deseaba pasarse y dejar atrás al partidito independiente de agricultores que engañadísimos le pusieron en el congreso. Por esta razón la invasión no fue reprimida, sino más bien alentada. En las localidades alrededor de la capital, donde muchos inmigrantes y gente de bajos recursos se amontonaban, existían graves problemas de hacinamiento en precarios creando un caos social muy difícil de solucionar o al menos de ocultar para los gobiernos de la época, por tanto si se pudiera reubicar familias en otros lugares se podría retrasar el estallido de esa bomba de tiempo social, por lo menos mientras terminara el periodo presidencial. Ninguna población deseaba albergar a la gente que provenía de esos anillos de pobreza de la capital, por tanto eran frecuentes en esa época las invasiones como la que sucedió en nuestro pueblo. Cuando los Llanos se poblaron y la zona pasó a llamarse Las Latas, por las precarias viviendas que se hicieron, todo cambió en el pueblo.  Así como llegó gente buena, también llegaron los vendedores de droga, los ladrones  y los asaltantes; y no es que antes no los hubiera, pero los recién llegados, eran mucho más profesionales, violentos y temidos que las ratillas que antes en el pueblo había y que eran por todos conocidos.

Se volvieron más y más frecuentes las historias de asaltos a mano armada, robos a casas y violaciones. Disminuyeron los pleitos a puñetazos en las cantinas, de los que éramos grandes aficionados, claro, como espectadores a una prudencial distancia, porque se temía a los desconocidos que podrían venir armados. La noche del pueblo perdió su quietud, y la población se volvió muy católicamente paranoica. 

De entre todas las historias de asaltos y violaciones, empezaron a calar mucho los asaltos con paliza incluida que venían cometiendo dos hermanos gemelos, habitantes del nuevo caserío. Estos truhanes, supuestamente mitad caribeños y mitad nicas, al parecer habían asesinado a un tipo y le habían cortado las manos, así como corría el rumor de que habían violado de forma brutal a una humilde muchacha que hacía ejercicio una mañana. Sus asaltos eran cada vez más frecuentes y cercanos al área en la que vivíamos. En nuestras tertulias en el parque los chistes y las burlas, dejaban espacio cada vez más para los relatos acerca del riesgo de ser atrapado por los gemelos.

El turno de toparnos con los legendarios bandidos nos llegó una noche cualquiera, cuando los que estábamos en el parque éramos  a lo sumo seis o siete cobardes. Desde que alguno que les conocía les divisó caminando por la misma acera en la que estábamos, y dio muy bajo la voz de alerta y todos quedamos fríos como la banca de concreto que ocupábamos.  Dos sombras idénticas y otra más pequeña y menuda que les seguía, se aproximaban a donde estábamos. Sin que ninguno reaccionara, llegaron saludando los dos gemelos y uno más de sus compas. Los dos tenían un aspecto amenazador, pómulos salientes y ojos achinados y vengadores y una extraña sonrisa que mezclaba desprecio con burla. No recuerdo nada de como era su acompañante, simplemente pasaba desapercibido, a la sombra de la satánica pareja. Después de saludar dijeron que venían para hacer una recolecta y que recordáramos que ellos eran los gemelos. Mientras esto decían de pronto uno de ellos se volvió hacia mí y pidiéndome cien colones, me puso un puñal del tamaño de un cuchillo de cocina en la panza. Con unos reflejos que nunca tuve para jugar fútbol, reaccioné saltando hacia atrás y poniendo tierra de por medio entre yo y el puñal. El grupo se dispersó de inmediato separándose en distintas direcciones, con la misma técnica y probablemente el mismo susto. Todos excepto Miso, que pareció no percatarse de la situación, se quedó quieto y los gemelos le sujetaron un brazo y le amenazaron con el puñal. Le quitaron el dinero que tenía y su reloj de pulsera, luego se fueron caminando como llegaron. Después de que se fueron el grupo se volvió a juntar alrededor de Miso, quien aunque estaba pálido como cadáver estaba tranquilo pero muy enojado esperándonos sentado en la banca del parque. Sin comentar mucho lo sucedido, decidimos regresar a nuestras casas. Recuerdo que el trayecto de regreso fue el más largo y lejano que haya recorrido en aquellos días. En cada esquina pensaba que podía ser emboscado y asaltado por los antisociales. El hielo frío del miedo, al que apenas habíamos visto de lejos, ya se nos había metido en las venas.

2 comentarios:

  1. jajaja es aún más buena con dramatización

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  2. Buenísimo en esos días sólo de ellos se hablaba, eran de lo peor nuestro amigo Brian estando la pelotilla de Basket en una banca también fue víctima de ellos.

    Penya

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