Ayer me puse
a leer los relatos que considero casi listos para publicar. Quise darles una
leída por encima para imprimirlos y con más tiempo y paciencia hacerles las
anotaciones y correcciones que correspondan. Tardé unos cuarenta minutos, pero
desde el minuto diez, para mi decepción y posterior desasosiego me convencí de
que son pura basura. No tienen alma, ni atractivo, ni ganas de ser leídos. No
los siento míos ni me siento orgulloso de haberlos cometido. Es lamentable y
patético, que pretenda ser escritor con esta porquería de tan mala
calidad. Lo más preocupante de estas
historias es que no tienen ningún estilo definido que enganche al autor y le
incite a continuar la lectura. Lo peor de todo: no me veo reflejado en ellos.
No los siento míos, siento que pueden haber sido escritos por cualquiera menos
de mí, que he leído tanto y de tanta calidad, y esta circunstancia me debería
haber dado el don de escribir bien.
Tengo la impresión de que mi verdadero yo ha
sido atado a una silla y amordazado antes de que pudiera poner las manos sobre
el teclado. Tal vez el verdadero Toño aportó ideas geniales, pero antes de
ponerlas en papel el toño impostor le narcotizó con comida y pornografía; le
puso una camisa de fuerza, le amordazó y le vendó los ojos. Después le guindó
de un gancho de carnicería y le dejó colgando en la habitación contigua. Una
vez encerrado frente al ordenador, el toño impostor, hizo memoria sobre la idea
del verdadero Toño y empezó a trabajar sobre ella. Depuró la idea, le quitó
todo lo que pudiera a oler a los morbosos pensamientos de su yo creativo, le
añadió todos sus miedos y complejos y empezó a escribir con cuidado de la
ortografía, la gramática y el estilo algo que podría gustarle mucho a sus tías
y a su profesora de español de octavo año.
En la habitación de al lado el verdadero Toño, ni se enteraba de lo que
le hacía su yo imbécil al pequeño milagrito que la musa le había soplado en el
oído. Permanecía suspendido atado y amordazado en una muy confortable
inconsciencia. No podemos saber que hay
dentro de su mente en esos momentos pero es muy probable que transcurran en
cámara lenta imágenes del día a día en el trabajo, en las visitas de inspección
de obra y en las horas y horas haciendo control de costos en la oficina,
salpicados por imágenes más de fantasía que reales de los traseros y las tetas
de las chicas que había logrado ver recientemente o de secuencias de
pornografía de seres sin rostro que comparten sus fluidos, todo matizado en una
ensalada de sonidos de la música más pegajosa que escuchó durante el día y que
por desgracia no es la que más le gusta. Dentro de este pantano de datos,
notas, responsabilidades, culpas, tetas, coños, vergas, mierda, reggae y rock
la mente del toño verdadero, no puede escuchar a la musa y no puede hablarse a
si mismo. El tiempo, tan relativo
siempre, al fin le concede el momento de lucidez y silencio para encontrarse de
nuevo en el cuarto frente a su escritorio observando el ordenador con un
documento de varias páginas de largo, que no se atreve a leer ni siquiera una
vez. El toño impostor terminó la tarea y le dejó libre para que admirara su
obra, si es que se atreve.
Pero casi nunca se atreve.
Resuelve nada más salvar el documento con
su código de fecha y un nombre que le recuerde de que trata lo que acaban de
escribir. Sabe que pasará un buen tiempo hasta que lo lea y se decidirá por
tomar un descanso tratando de convencerse de que esto no fue producto de una
nociva sociedad sadomasoquista de las dos personalidades de un escritor que no
reconoce en cual de ellas radica el genio. Si es que lo hay.
Cuando llega
el momento en que el toño verdadero se anima a leer lo que ha hecho durante
tantas jornadas, es cuando se da cuenta del doloroso aporte del toño impostor.
La obra resultante que ha leído tiene la idea central que la musa sopló al oído
del creador, pero el que la escribió se ató las manos para hacerlo y esa idea
quedó enterrada entre idas y venidas sin sentido de la trama y finales
lamentables. El toño verdadero se desmorona lamentando la oportunidad perdida y
llora con amargura el dolor de haber decepcionado a la musa. El toño impostor
permanece quieto mirando con lástima a su mitad maltratada, y se arrepiente
otra vez de hacer lo que no puede evitar hacer. Sabe que así no será posible
llegar a ser considerado escritor, pero no tiene una solución para que el
trabajo en equipo entre las dos mitades pueda ser posible y llegue a crear algo
que valga la pena.
Es de esta
forma que me puedo explicar a mí mismo, si es que tengo la oportunidad de explicarme,
cómo es que, a pesar de que no me bloqueo, porque las buenas ideas me llegan
con cierta frecuencia; no logro completar un relato bueno, que valga la pena y
que tenga un estilo que me defina y me sirva como carretera para recorrer más
relatos en la extensión de la ficción que me sale de la cabeza. De alguna manera el toño creador, a quien
considero el toño verdadero, debe tomar el control durante el proceso de
escritura. Pero creo que el toño impostor, evita que lo haga porque sabe el
cúmulo de sexo, violencia, morbo, herejía y demás maldades anidan en la mente
creativa de ese animal. Solo el toño
impostor le conoce de verdad, y sólo él puede sostenerle dentro de su corral de
ficciones. ¿Qué pasaría si el genio
tomara el control? ¿Sería acaso posible en la vida real poder permanecer cuerdo y sano, con el toño verdadero desatado y tomando las
decisiones? Solo existe una forma de saberlo. Eso lo sabemos todos, pero ¿si no
resulta y en vez del genio creativo se desata el genio destructivo? Todos saben
lo que pasó con montones de genios locos que aunque su obra trasciende, ellos
vivieron sumidos en la miseria material a veces o espiritual casi siempre.
¿Están los dos toños dispuestos a entregar la mente por el preciado legado de
poder crear narraciones, por saber escribir y contar historias?
Ya lo
veremos, mi cordura está en juego.
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