domingo, 27 de junio de 2021

EMULSIÓN

 


EMULSIÓN (cuento)

El calor a las once de la mañana quema un poco más que el arrepentimiento. El calor que viene de arriba cae de la atmósfera desquiciada por muchos gases y pocos árboles, y el calor que viene de abajo, sube del asfalto ardiente que la cuadrilla coloca para mejorar  el paso de la abotagada flota vehicular del país.

            Los peones atribulados por el bochorno, con zapatos y pantalones arruinados por ardientes parches de asfalto caliente, palean mezclando la mezcla de piedras y emulsión con sus gruesas gotas de sudor. Resisten porque en su gran mayoría no pasan de los veintidós años y su vigor juvenil les da energía, pero esa juventud igual se consume con los vapores del asfalto en lugar de fortalecerse en un césped de fútbol o sobre una bicicleta. La pobreza les ha traído a este infierno laboral, en el que se consumen sus oportunidades de vida.

            Cuando el material a palear se termina, interrumpen un rato su agobio bajo una sombra, si la hay, al lado de la carretera,  mientras ven pasar los vehículos lujosos y bromean entre ellos acerca de las mujeres hermosas que a veces los conducen. Las miran y se imaginan estar junto a ellas, rodeados de su aroma y del aire acondicionado del interior del vehículo. Pero imaginarse el aire acondicionado es muy difícil cuando se está cerca del tanque en el que se calienta la emulsión: doscientos galones de pura sangre de Satanás   hirviendo en un cilindro metálico que parece empezar a hincharse.

 

 

            En el mismo país, al mismo tiempo, pero en una realidad muy distinta, un grupo de mujeres toman bebidas refrescantes en una fresca terraza bajo la sombra de un kiosko ornamentado con enredaderas y orquídeas climatizadas con sistemas de alta tecnología. Todo esto en un condominio de lujo frente a la playa de una costa tapizada de palacetes que compiten entre sí, para ver cual es el que arruina más el paisaje. Los comentarios acerca de una boda que se realizará por la noche alternan con las quejas por el excesivo calor y las bromas sobre anécdotas acaecidas durante viajes a países distantes.

            Entre todas las presentes resalta más, una mujer alta de cabellera teñida de rojo con un traje liviano de playa también rojo que parecía tomar parte en todas las conversaciones del lugar. Su sonrisa perpetua adornada de una perfecta dentadura, destacaba en un rostro en el que se nota la intervención de varios cirujanos plásticos a lo largo de más de treinta años, desde que habría empezado a perder su lozanía y frescura. Su figura esbelta denunciaba extrañeza al aparentar curvas donde la grasa hace rato no existía y parecía haber dado lugar a sustancias más sintéticas que levantaran senos y nalgas que tal vez nunca existieron.

            La mujer repetía en todo momento la promesa de que  la boda de su hija esa noche, sería el evento más importante de la sociedad nacional y que como buena madre todo estaba organizado a la perfección. No por nada ella supo llevar adelante la gran empresa de su padre hasta ser la que compartía junto a otra constructora, todos los contratos de mantenimiento y construcción de carreteras del país, convirtiéndola en la mujer empresaria más exitosa del área. Como centro de atención y de envidias del grupo procuraba atender a todas las preguntas y comentarios que le llegaran, jactándose de la magnanimidad que más placer le da a una persona que disfruta de alta riqueza. Le preguntaron acerca de la salud de su papá, y ella anunció que a pesar de su avanzada edad y de sus problemas de salud, estaría presente en la boda de su nieta preferida.

 

 

            El ulular de las sirenas hacía poco se había apagado. Ya hacía una hora que permanecía cerrado por completo el paso en la calle que se reparaba y el calor era todavía intenso cuando llegaron los encargados del equipo forense a retirar el cuerpo. Justo al bajarse de su camioneta vieron el estado del mismo y supieron que necesitarían además de la bolsa grande, varias bolsas pequeñas y una espátula. La explosión del cilindro sobrecalentado que contenía la emulsión asfáltica, además de destrozar el tendido eléctrico y el techo de unas bodegas cercanas, había separado la cabeza del cuerpo de uno de los peones de la empresa que asfaltaba la calle y mandado algunas partes del mismo a más de ochenta metros de distancia.

El occiso según reportaron sus compañeros tenía diecisiete años y había dejado el colegio para ayudar a la economía familiar. Tenía tres meses de laborar paleando asfalto ardiente y consideraba buscar algún otro trabajo donde tuviera que pasar más a la sombra, tal vez de guarda nocturno, pero aún era menor de edad y no sería fácil conseguirlo. Ahora todas sus consideraciones sobre el futuro se habían esparcido por todas partes después de haberse acercado a tomar reposo demasiado cerca del tanque de emulsión a punto de estallar.

Un alto funcionario de la empresa constructora acababa también de llegar a prestar declaración a las autoridades, se bajó de su carro y se dirigió a los oficiales de policía y bomberos, sin detenerse ante los trabajadores que entre dolidos y encolerizados le miraban sin decir nada. Cuando terminó su breve conversación con los agentes, regresó a su todoterreno y desde ahí llamó al capataz de la obra para darle instrucciones. Luego se largó pasando su vehículo justo encima de donde los forenses acababan de recoger un pedazo de la mano izquierda del desafortunado peón.

El capataz reunió a los demás trabajadores y les habló durante unos minutos. Después, todos empezaron a colaborar con los bomberos a restaurar la limpieza del lugar. Tres horas después, el tendido eléctrico había sido reparado, la calle estaba limpia y lo más importante: el flujo vehicular, había sido restablecido.

            Al día siguiente una cuadrilla con personal diferente y equipada con otras máquinas mucho más modernas y seguras continuaron el trabajo interrumpido por la fatal explosión.

 

 

 

            La boda inició tan puntual como la luna llena aparecía reflejándose en el mar, para lograr las mejores fotografías de la pareja y los distinguidos invitados. La madre de la novia aunque sonreía lo más que la epidermis de sus mejillas lo permitían, no irradiaba la felicidad que pretendía mostrar y para sus adentros lamentaba que eso se pudiera notar en las imágenes que publicarían del evento. Horas antes le habían informado del accidente sucedido en uno de los tantos frentes de trabajo de su compañía y de las complicaciones que podrían traer para su imagen. Tuvo que realizar varias llamadas no previstas y dar instrucciones de aportar cierto presupuesto para controlar la situación. Justo antes de la boda había recibido un tranquilizador informe sobre la distribución de ese presupuesto entre los técnicos de seguridad laboral encargados de los seguros, pero faltaba la noticia afirmativa en lo referente a los reporteros que habían cubierto el suceso.

            Al terminar la boda, recibió un mensaje indicando que aunque un reportero se resistió, el medio para el que escribía le confirmaba la colaboración, un poco más onerosa, eso sí, de lo que tenía planeado, pero ni modo, y que no tendría más problemas alrededor de ese asunto. El brillo regresó así a sus ojos verdes y se dedicó a continuar siendo el centro de atención de todos sus adinerados invitados. 

Localizó un grupo en el que estaba un expresidente que había colaborado ampliamente con su escalada empresarial porque había sido amigo de su padre y resolvió acercarle al viejo que temblaba y babeaba en una silla de ruedas junto a una enfermera en un rincón del salón, sin enterarse de nada de lo que estaba sucediendo a su alrededor. Llevó al anciano al grupo de políticos veteranos, indicándole antes a la enfermera que estuviera cerca, y comenzó la plática. Los políticos contentos por la presencia de la dama pero un tanto atribulados por el estado semicatatónico y tembloroso del patriarca, le saludaban guardándose disimuladamente de tocarlo, mientras exaltaban sus bondades ante su hija. Mientras el expresidente hablaba de como gracias a ese viejo roble las carreteras durante su administración empezaron a ser transitadas más y más, el lamentable guiñapo de la silla de ruedas soltó un sonorísimo pedo que acalló todas las conversaciones e interrumpió la música del salón. Ante el asombro de todos, se desató un olor particular que muy pocos identificaron dado que no era el acostumbrado olor a mierda que va después un pedalazo. Alguna de las presentes chispeada por los licores finos dijo: ¨¡Huele como cuando están arreglando una calle!¨. Era cierto, todo el lugar empezó a apestar a emulsión asfáltica y los presentes empezaron a dispersarse, disimuladamente los más cercanos al patriarca y a su hija, y con descaro los más alejados. La mujer no sabía que hacer, vio con espanto como su padre se reclinó a la izquierda y cerró los ojos relajado mientras de las perneras de su pantalón salían chorros de un líquido negro, apestoso y muy espeso que empezaron a llenar el piso del salón. La enfermera instruida por la mujer, llevó la silla de ruedas hacia atrás buscando la salida hacia algún otro lugar, pero cuando trató de avanzar hacia adelante la silla se atascó en el fango petrolífero que no cesaba de brotar de las entrañas del viejo.

            El charco inmenso rodeó la silla de ruedas, a la mujer y a la enfermera, atascándolas en su pegajosa negrura. Alrededor del salón nadie se atrevía a meter sus zapatos ahí para tratar de rescatarles. En medio de la desesperada situación la enfermera logró escapar perdiendo sus zapatos en el atolladero y saltando descalza a un área limpia, luego se alejó entre la multitud. La mujer, inmóvil, aferrada a la silla de ruedas de su padre, volvió del shock y notó que el viejo acababa de morir; pero esto no la inmutó mientras solo pensaba en que por favor, nadie empezara a tomar fotos de lo que ahí ocurría.

 

Dedicado a la memoria de Jafet Parra 

https://www.lateja.cr/sucesos/video-maquina-hechiza-de-asfalto-exploto-y/FMYERU3GLJACVI2WWT72OQLNLA/story/ 


 

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