Esta tarde el ministro de salud tuvo que iniciar la conferencia de prensa
explicando que una pandemia es cuando una enfermedad está afectando al mundo
entero. Explicar esto en un país con buena calidad de educación (en comparación
con el resto de Latinoamérica), en pleno siglo XXI y después de cuatro meses de
estar todo el mundo en alerta por el covid19, se puede tomar como un poco
redundante y hasta ofensivo para la inteligencia. Así lo tomaría alguien con un
cierto sentido común básico para existir sin ser un estorbo ni mucho menos un
peligro para sus semejantes.
Pero en las afueras de la casa presidencial un grupo protestaba clamando la
frase: ¨¿Cuál pandemia? ¨. Este minúsculo grupo de personas que mostraban
letreros que decían que el Covid no existe, mientras portaban tapabocas o
caretas de acrílico, subieron videos a las redes sociales en los que exponían
sus pobres opiniones con su limitado vocabulario y torpe dicción.
Son ahora famosos los despotriques
de los manifestantes como el tipo que sobrevivió a un accidente con el tren, en
el que muy probablemente su ejercicio racional perdió mucho más que su físico
de orate, y ahora convertido en embajador de herbalife promulga el amor por
Jesucristo, por Donald Trump y por Fabricio Alvarado; hasta la tipa que dice que hace falta una guerra porque los hombres de Costa Rica no tienen cojones y
que la sin hueso entra sin tocar la puerta y que ramasheka talamasoa
songorocotongo con fabricio y jon, entre otras bellezas del idioma de la República
de Tontoburgo Evangelino. Ya tuvieron
sus quince minutos de fama y mientras esto escribo, miles se están cagando de
risa a costa suya. Cuestión de comedia y un poquito de rabia por la poquita educación
que el estado tuvo que invertir en estos peleles y a otra cosa mariposa, que mañana
otro escándalo habrá y de todo esto la gente se olvidará.
Pero hay algo bien jodido con este
asunto. Esta gente aunque son pocos y también pocos les creen sus idioteces,
hacen ruido, son escuchados, son difundidos sus balbuceos de cavernarios, y al
final la gente les conoce. Se vuelven famosos. Payasos famosos y reconocidos,
no importa que odiados u objetos de burla, ya tienen el poder de la presencia
en los medios. Intermediarios políticos de pacotilla como el remedo de candidato Fabricio Alvarado, que tan
mal rato nos hizo pasar en las elecciones pasadas, saben que estos rídiculos payasos
son una mina de oro de publicidad en esta democracia monetizada y prostituida.
Bien sabe este lamentable personaje que si un payaso asesino llegó a la Casa Blanca,
y que los bufones de templos panderetas pululan ahora en el congreso, es cuestión
de más ruido tonto para llegar a la presidencia.
Esta fauna tarada, puede llegar a
ser más peligrosa de lo que pareciera. Pueden lograr que los verdaderos virus
sociales de la corrupción, el facismo y el fanatismo lleguen a los centros de
poder, como sucede en Estados Unidos, en Brasil, o en la Asamblea Legislativa. A estos payasos
hay que exponerlos como lo que son: personas sin cultura ni inteligencia, que
nunca en su vida leyeron algo que valga la pena y que han sido víctimas de
manipuladores que les han moldeado para que con su ridículo formen la escalera
de excremento con la que los oligarcas de siempre pasen otra vez por encima de
los derechos de los ciudadanos y continúen con sus privilegios.
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ResponderEliminarMuy profesional, felicidades. ¿Quién te ha pagado cuánto?
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