En la última novela de Franz Kafka ¨El Castillo¨, el protagonista K., llega a realizar un contrato de agrimensura a una comarca regentada desde un imponente castillo. Desde su llegada al lugar, su acceso hacia el edificio y hacia las misteriosas autoridades que allí gobiernan, se ve entorpecido por mil circunstancias que le terminan por convencer que es imposible acceder al lugar y mucho menos tener contacto con los amos del mismo. Es curioso que la obra haya quedado inconclusa, tal vez por la muerte del autor o porque el mismo Kafka consideró que así debería quedar dándole a la metáfora de lo absurdo de la existencia más significado aún. Se podría decir que la obra acabaría con el propio Kafka, por lo que él mismo renunció a ella, tanto así que la novela termina en una oración inconclusa. Su tema se podría condensar en la frustración y aislamiento de un individuo que intenta integrarse al sistema, pero que es demasiado insignificante y el mismo le acaba aplastando.
El pobre K. miraba desde lo lejos el inaccesible edificio, que más que un sólido castillo era como un improvisado cúmulo de construcciones desordenadas una encima de la otra, y se daba cuenta de lo insignificante y alejado que estaba de acceder al mismo. Justo ahora me imagino como un moderno K. mirando hacia el espantoso nuevo edificio de la Asamblea Legislativa.
Ignoro si el arquitecto que conceptualizó el imponente edificio del congreso de la República, se leyó alguna vez esta novela. Pero si lo hizo, puede que la haya tenido en cuenta como secreto concepto, porque odia y desprecia al pueblo costarricense y quiere reírse en su cara, o es en extremo realista y cínico como para hacer un retrato del sistema de gobierno del Estado que se acerca a su bicentenario. Supongo, eso espero, que si quiso tener alguna base conceptual para concebir tan espantoso ladrillo incrustado en Cuesta de Moras, fuera la segunda razón, pero creo que ni eso es lo que le llevó a realizar el adefesio: todo fue cuestión de cobrar la plata sin joderse mucho y vamonos.
Como todos hemos podido ver en los noticieros, los lujos y comodidades abundan adentro del edificio. Todas las facilidades de la más alta tecnología brindan un ambiente tan agradable y placentero para los habitantes del palacio, que en el discurso de inauguración del edificio el presidente del primer poder el diputado pastor Cruickshank dijo que estar ahí es como entrar en la tierra prometida. Claro, supongo que latierra prometida de los pentecostales más que un estado espiritual, tiene que estarmuy relacionado con acabados finos, materiales caros y altas tecnologías. Ya me imagino todos los tours de pastores, pastoras, apóstoles, profetas y demás fauna panderetil, que harán de mano de sus diputados para hacerse la boca agua e imaginar el cielo al que sus diezmos les llevarían.
En fin, un paraíso al que tendrán acceso solo algunos elegidos. Un arca para los representantes del pueblo, en donde cómodamente podrán recibir a los lobbystas de siempre tan cómodamente como las comisiones que les arriman se merecen. Un lugar para gente bonita, moderna y del Valle Central. Un lugar bien iluminado y espacioso, en el que no se vea hacia afuera. Y sobre todo, que desde afuera no se vea lo que sucede adentro. Un monolito inexpugnable desde donde se tomen las decisiones que no le conciernen a la masa. Una fortaleza, donde no se despeinen las señoras ni suden los señores que van a velar por sus intereses sin tener que toparse con obreros, sindicalistas, desempleados, estudiantes y toda esa gentecilla como decía un personaje de una novela de Carlos Luis Fallas.
En resumen, se estrena el nuevo edificio de la Asamblea Legislativa. Un inmueble que es metáfora del gobierno que padecemos, y los gobiernos precedentes también: es cómodo, moderno, bellísimo y cosmopolita para los privilegiados que están adentro; y también es espantoso, amenazador y turbio para los que estamos afuera.
Por esto, algún ciudadano que pueda estar en este momento contemplando esa mole desde la Plaza de la Democracia, puede llegar a pensar que
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